CAMBRIDGE– El correcto funcionamiento de todo sistema económico interconectado depende de la confianza. Un sistema global diseñado por economías avanzadas requiere un buen nivel de aceptación por parte del mundo en desarrollo. Ambas cosas cobran aún más relevancia en tanto las economías en desarrollo, lideradas por China, ganan importancia sistémica.
El mundo intenta recuperarse de la gigantesca crisis económica generada por la covid-19 y el mal manejo de la distribución global de vacunas no hizo más que debilitar la confianza en el sistema internacional surgido después de la Segunda Guerra Mundial.
Sumados a los recuerdos de la crisis financiera global del 2008, que se originó en las economías avanzadas, los fracasos de hoy refuerzan las sospechas entre algunos países de que el orden internacional tal vez ya no sea apropiado para la finalidad prevista.
Occidente, en particular, debe tomarse estas cuestiones en serio. Al no haber ningún otro sistema multilateral que reemplace al actual, la única alternativa es un escenario de fragmentación global y de crecientes tensiones económicas, sociales y políticas.
Si bien el Reino Unido ha estado a la vanguardia de la mayoría de los países en cuanto a vacunar a su población, su lucha para controlar las infecciones asociadas con la nueva variante B.1.617.2 de la India sirve como recordatorio oportuno de que nadie está a salvo hasta que todos lo estén.
Como observa el ex primer ministro británico Gordon Brown, mientras «casi la mitad de los ciudadanos de Estados Unidos y el Reino Unido ya han recibido por lo menos una» dosis de una vacuna contra la covid-19, esa cifra cae al 11 % en la India. En el África subsahariana, apenas el 1 % de la población ha recibido una primera dosis.
Si bien los problemas específicos de los países han contribuido a una distribución mal manejada e ineficiente de las vacunas en algunas economías en desarrollo, el verdadero problema han sido los suministros insuficientes.
Fracaso moral y práctico. Como señaló Naciones Unidas en marzo, apenas «diez países ricos… poseen casi el 80 % de todas las vacunas contra la covid-19». Eso les ha permitido empezar a vacunar incluso a segmentos de su población de baja vulnerabilidad —entre ellos niños de hasta 12 años— mientras miles de millones de personas en el mundo en desarrollo todavía están absolutamente desprotegidas.
El Fondo Monetario Internacional estima que los países con grandes inventarios de vacunas podrían donar mil millones de dosis en el 2021 sin socavar sus prioridades de vacunación domésticas.
Asimismo, varias economías avanzadas han acumulado enormes excedentes de vacunas mientras planean una ronda de refuerzos en el otoño (boreal). Y un financiamiento insuficiente para Covax, programa de la comunidad internacional para garantizar un acceso global equitativo a las vacunas, subraya aún más su reticencia a la hora de ayudar al resto del mundo.
No se trata de un simple fracaso moral y ético; también es un fracaso práctico. Según investigación del FMI, un financiamiento adicional de $50.000 millones destinado a los esfuerzos de vacunación globales arrojaría beneficios económicos por $9 billones.
Cuanto más trastabille la distribución global de vacunas, mayor será el daño a largo plazo para un sistema internacional ya estresado. Diseñado hace casi 80 años, ese sistema está centrado en las economías avanzadas que históricamente han ofrecido «bienes públicos» esenciales, como una moneda de reserva internacional estable (el dólar estadounidense) y un financiamiento significativo de instituciones multilaterales.
A cambio de estos aportes, las economías avanzadas han gozado de enormes privilegios, entre ellos un veto de facto en cuestiones de gobernanza global, señoreaje monetario y menores costos de financiamiento cotidianos (al servir como destino para los ahorros de otros).
Actuación responsable. Si bien el sistema internacional de posguerra les otorga a las economías avanzadas una influencia desproporcionada en los asuntos globales, su credibilidad y su funcionamiento básico en definitiva dependen de que sus administradores actúen de manera responsable.
La crisis financiera del 2008 sugirió que no lo habían hecho, y la dependencia prolongada y excesiva del mundo rico de una combinación de políticas excesivamente dependiente de la política monetaria desde entonces ha agravado el daño a su credibilidad.
En este contexto, la distribución desequilibrada, injusta e ineficiente de las vacunas podría asestar un golpe fuerte a la viabilidad a largo plazo del sistema. Eso, ciertamente, le vendría bien a China. Con su creciente poder económico y alcance global, ha venido desafiando ávidamente la legitimidad y atractivo del orden dominado por Occidente, al que describe como poco confiable y dependiente de relaciones asimétricas con respecto a los países en desarrollo.
Pero como no se puede reemplazar algo por nada, el resultado es la evolución lenta, pero consistente, de un tipo de sistema híbrido. El sistema de posguerra sigue en pie, pero su dominio se ve gradualmente erosionado por la proliferación de acuerdos que eluden su núcleo.
Los ejemplos incluyen nuevas instituciones multilaterales (como el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura y el Nuevo Banco de Desarrollo), nuevos planes regionales (en particular, la iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda de China) y nuevos acuerdos comerciales y de inversión bilaterales.
Debido a estos desarrollos, la operación general de la economía global se ha debilitado, con consecuencias para todos. Y cuanto más se demore la vacunación en muchas partes del mundo en desarrollo, más presión sentirán los países vacunados para adoptar una mentalidad de búnker.
En tanto el sistema internacional se fragmente, se volverá menos estable, reduciendo las perspectivas para el tipo de crecimiento global sincronizado que hace falta para mejorar el desempeño de los países individuales. Asimismo, mientras la confianza en el sistema siga erosionándose, las economías avanzadas enfrentarán retos adicionales para la seguridad nacional.
La confianza es un bien preciado: cuesta establecerlo, se erosiona fácilmente y resulta extremadamente difícil recuperarlo. Si bien dista de ser perfecto, el orden internacional actual es mejor que cualquiera de las alternativas, y sigue siendo eminentemente reformable. Las economías avanzadas no deben ponerlo en peligro demorándose en el esfuerzo de vacunación global.
Mohamed A. El-Erian, director del Queens’ College, Universidad de Cambridge, fue presidente del Consejo de Desarrollo Global del presidente Barack Obama.
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