Al mejor estilo del Club del Fuego Infernal —sociedad fundada en Inglaterra en el siglo XVIII, mencionada por Thomas de Quincey en su hermoso libro Del asesinato considerado como una de las bellas artes, pero con bastante menos elegancia e intelecto y con fines más metálicos, tenemos en Costa Rica unos clubes integrados por políticos, funcionarios y empresarios que últimamente han sido puestos en evidencia por nuestro sistema judicial.
Se trata de, por lo menos, tres clubes, cuyos nombres desconocemos, pero que, usando la misma creatividad del OIJ para bautizar los casos, podemos nombrar: ¡Ustedes tienen la palabra!
Mientras escribo esta columna, no me embargan ni la cólera, ni el desánimo, ni la desilusión, como me ocurrió con el primer gran descubrimiento del club de los cochinos.
Hoy mi ánimo está jubiloso frente a las últimas noticias relacionados con la Operación Diamante, sobre la presunta corrupción en obras públicas, operativo que incluyó unos 40 allanamientos en las municipalidades de San José, Cartago, Alajuela, Escazú, Osa, Siquirres, Golfito y San Carlos, y que implicó la detención de 12 personas, incluidos seis alcaldes.
Habría que ser una persona muy testaruda, obstinada o malintencionada para ver en este hecho algo criticable, así que yo, que lucho todos los días para no ser ni lo primero, ni lo segundo, ni la última, lo alabo con efusividad.
Sí, sé que tenemos muchos problemas, como el FARO, las amenazas de tortuosos y tristes meses, el oportunismo de más de un candidato que baila sobre las tragedias del país para sacar votos, la merma en la cantidad de comida que muchas familias ponen en sus platos, etcétera.
Pero la cantidad y cualidad no debe impedirnos ver aquello de lo que logramos levantarnos y enjuagarnos las aguas residuales con las que nos pringan quienes, dada su poca moral y vergüenza, y su enorme poder, han sabido salir impunes.
Sé que nos asiste el principio de presunción de inocencia, el cual respeto, pero eso no me impide sentir orgullo y confianza en la investigación esmerada del OIJ. Ver por televisión el desfile de esposados, a un lugar donde, algunos de ellos por primera vez en sus quehaceres públicos, las autoridades les harán sujetos de duda y examen, es para contentarse.
Esta operación, así como las anteriores, nos ofrece un cierto resarcimiento por el gravísimo daño que la traición al servicio público, al que están obligados los funcionarios, junto con los empresarios, puede causar económica, moral y culturalmente.
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Sé también que hay posibilidad de que algunos culpables se salgan un poco con la suya alegando, entre otros tecnicismos, que los abogados (y algún juez) tienen a mano, ¡que el OIJ carece de la autoridad para incluir entre sus labores de inteligencia la interpretación del significado de los hechos y hallazgos que encuentra!
Sí, hay muchas cosas que están mal en el país, pero hoy quiero celebrar. Frente a los estragos de tanta corrupción, el trabajo de nuestro Poder Judicial sobre esos clubes son como hermosos diamantes, así que, alegrémonos, aunque sea por unos días, no vaya a ser que, desoyendo el consejo de la escritora inglesa Mary Ann Evans, terminemos acostumbrándonos a ser infelices.
La autora es catedrática de la UCR.