Después de un año tan ajetreado, la época navideña tiende a ser un momento un poco más relajado. Un poquito. Surgen los almuerzos con los compañeros del trabajo, las cenas con los amigos y las reuniones familiares.
El ambiente se llena de luces y colores. Los hogares se colman de adornos, incluidos el pesebre, con el tierno Niño Jesús, que se transforma en el centro de muchos hogares.
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El ambiente de fiesta actúa como un terreno donde afloran los sentimientos con mayor intensidad. El intercambio de regalos nos acerca más a los otros. Dicen que dar algo a los demás es una de las actividades más gratificantes que pueden existir.
El riesgo es que tanto sentimiento alrededor de la época de Navidad se convierta en un festejo del día, y no de la verdadera razón por la cual deberíamos estar de fiesta: el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo.
Un nacimiento que se produjo en circunstancias especiales o, como diríamos ahora, retadoras. José y María estaban lejos de su hogar, por tener que cumplir el mandato del emperador romano César Augusto, quien exigió presentarse en su ciudad natal para ser censados, con el propósito de recaudar más impuestos para Roma.
En el relato de esta escena que lleva a cabo el evangelista san Lucas es interesante cómo destaca la sencillez. Como era descendiente del gran rey David de Israel, no tiene palacio donde nacer. Todo lo contrario, por no encontrar posada, Jesús viene al mundo en un establo, en el pequeño pueblo de Belén, en las márgenes del magno Imperio romano, muy lejos de la capital. No se viste con grandes ropajes, sino que tiene que ser cubierto con una mantilla.
Aparte de los tres Reyes Magos, quienes lo visitan no son grandes dignatarios, sino unos pastorcitos, labriegos sencillos. Tampoco tiene un ejército militar a su alrededor, pero sí una multitud de ángeles que lo alaban.
Lucas nos transmite el mensaje de que un nuevo rey ha nacido, pero, en contraste con emperadores y reyes de la época, este nace en humildad y simplicidad, en paz y sin violencia. El imperio de Jesús domina sobre nuestros corazones. Su reinado es diferente y, por eso, su legado ha persistido a lo largo de los tiempos.
Hagamos la pausa necesaria en esta época para celebrar al rey Jesús, y no solamente una fecha. Y hagámoslo de manera simple, tal como fue su nacimiento. ¡Feliz Navidad!
El autor es economista.