No hay mal que por bien no venga. La crisis económica originada por la pandemia traerá cura a otros males arrastrados durante muchos años.
Desgraciadamente, tuvo que ser por las malas que muchos caímos en la cuenta de cuán importante es el servicio al cliente. Cuán valioso es el comprador que de un día a otro desapareció por temor al contagio, o porque quedó con el dinero justo para vivir.
Antes de la pandemia, y sin generalizar, el servicio al cliente era de regular a malo. La falta de pasión era el virus que se transmitía de trabajador a trabajador, y la reacción de los insatisfechos era denunciar en Facebook, Twitter o de boca en boca.
Una encuesta elaborada por la consultora Unimer para El Financiero, de agosto del 2015, confirmó que el 70 % de los consultados se declararon disconformes con los servicios recibidos en telefonía móvil, banca, supermercados, tiendas de conveniencia, almacenes de electrodomésticos, restaurantes de comida rápida y tiendas por departamentos, entre otros.
Hoy, esos empleados con malas caras o el “no se puede” marcado en la boca, lamentablemente, experimentan en carne propia cuán vital era para su existencia ese que “jode tanto” o ese “montón de gente”.
Esta desgracia del virus dio un latigazo a quienes en tiempos de bonanza nunca vieron en el cliente la fuente de su salario, sino una molestia. Ese "cómo me lo quito de encima", posiblemente, quedará desterrado.
Ahora, en la nueva normalidad, la esperanza es que regresen a servir con pasión, conscientes de que el que paga manda. La lección de esta crisis, por desgracia, afecta solo al sector privado.
En el público, ni un solo funcionario vio reducido su sueldo o sufrió despido, pese a que las cuentas del Estado están en rojo. Ellos también deben reflexionar.
Cuando vuelvan a dar la cara en oficinas y ventanillas, sepan que gracias al que tienen enfrente se financian casa, alimento, servicios y paseos. Destierren, también, la idea de que sus plazas son eternas porque la crisis aún no termina.
En este regreso a la nueva normalidad, el servicio al cliente debería volver renovado. Ni siquiera amerita que los patronos o jefes lo exijan, sino que el mismo trabajador, el mismo burócrata, valore que al fin llegan los que pagan su sueldo.
Armando Mayorga es jefe de Redacción de La Nación.