Después de la pandemia, tendrá que venir una pronta, pero planificada, transformación digital. No hay vuelta atrás porque si algo positivo deja el nuevo coronavirus es un cambio en hábitos y actitudes tecnológicas de la mayoría de los habitantes. La herencia de lo que hoy vivimos será desarrollarnos en un mundo más digital y menos presencial.
Todos, pero más las instituciones de Gobierno, deben tener claro: no queda más que adaptarse porque sus clientes mutaron debido a la neumonía por coronavirus. Pongo énfasis en los trámites personales. El virus los crucificó. Irresponsable sería, por ejemplo, volver a filas de horas que recetan funcionarios para toda gestión.
Un delito, también, es poner a clientes a viajar horas hasta el centro del país para efectuar múltiples diligencias que, demostró la covid-19, pueden hacerse en línea. Sonará irreal o futurista, pero el Estado debe dar pasos para asignar una identidad digital a los ciudadanos. La cédula que manejamos como documento debe evolucionar también a un código para trámites digitales.
Si algo tan sensible como las cuentas bancarias operan con plataformas confidenciales y fiables, ¿por qué no el Estado? Mientras eso llega, cada institución debe apuntar a servir por Internet. Todos ahorraríamos tiempo, movilizaciones y dinero; además, contaminaríamos menos. Vendrán los “no se puede”. Es bueno que se enteren: con esta crisis, esas tres palabras quedaron proscritas del diccionario burocrático.
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El mejor ejemplo es Proteger. En esta coyuntura, se logró un hito tecnológico estatal, como lo es la tramitación de subsidios por medio de Internet, sin obligar a 600.000 clientes a ir a un cara a cara para confirmar su identidad. Se evitó a los damnificados más calvarios, como filas y costosos desplazamientos.
Asimismo, con ese hito se pudo, en dos o tres semanas, crear una cuenta bancaria a 70.000 personas que solicitaron el bono, pero no tenían forma de recibir el depósito. De seguro, a ellas la bancarización y ese plástico les ahorrarán tiempo y dinero.
No hay mal que por bien no venga. La pandemia demostró que las instituciones sí pueden enterrar decenas de trámites frente a frente, las filas y malas caras en ventanillas.
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Armando Mayorga es jefe de Redacción en La Nación.