Podría resultar curioso que siendo Cartago una de las ciudades que más sobresale por su fe católica haya elegido alcalde al evangélico Mario Redondo Poveda.
Tal diferencia no pesó en la decisión de las 16.000 personas que votaron por él. Lo que primó en los electores fue destronar a un partido y a un político anquilosado, sordo ante los reclamos ciudadanos.
Desde ese punto de vista, Redondo es un caso especial. Los cartagineses confiaron en lo que hizo las dos veces que fue diputado, en su promesa de cuentas claras y de abrir puertas y ventanas de la municipalidad para dejar entrar la luz.
Creyeron en su oferta de probidad, transparencia y obras para transformar el cantón. Solo eso. En lo religioso, de por sí, un alcalde carece de influencia. El reto de don Mario es cumplir con el cambio prometido.
Ahí, está la lección de estos comicios: los costarricenses, en su mayoría, eligieron alcaldes para gobernar, para ejecutar obras, para cambiar vecindarios, para mejorar servicios públicos y para rendir cuentas por cada colón gastado. También, para ahorrar dinero público. La bandera religiosa quedó en el rincón, pese al interés de algunos por ondearla.
Es así como en los comicios del 2 de febrero los costarricenses volcaron sus votos a partidos más pequeños, más locales, más cercanos a sus intereses, en demérito, por ejemplo, de un Liberación Nacional que de 50 alcaldías, en el 2016, perdió 8 en esta elección, según el conteo preliminar.
A partir del 1.° de mayo, los elegidos deben tener presente esta elección. Todos los días deben despertar con el número 63 en sus mentes para tener claros el descontento y el enojo de los ciudadanos con los alcaldes, regidores y síndicos.
Ese 63 % que se abstuvo de votar el domingo lo hizo porque en su mente prevalecen los mensajes: “Esos no hacen nada”, “esos roban”, “esos solo llegan para servirse”, “esos son unos corruptos”.
Los elegidos tienen el reto de limpiar la pésima imagen en estos cuatro años. Los partidos políticos también deben echar para el saco. De no renovar candidatos, si insisten en poner las mismas caras cuestionadas, están acabados.
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Armando Mayorga es jefe de Redacción de La Nación.