Que a un maestro de escuela no le guste leer ni fomentar este hábito resulta lamentable, pero que más de 200 educadores piensen lo mismo es una tragedia nacional.
Los docentes de primaria tienen en sus manos la sensible tarea de introducir a los niños en el mundo de la lectoescritura y sus infinitas aplicaciones. Las herramientas que los pequeños reciban en esta etapa, para entender y utilizar el lenguaje, condicionarán su desempeño a lo largo del proceso de aprendizaje y de su vida.
Sin embargo, el VII Informe del Estado de la Educación enciende una enorme alerta roja, entre otras cosas, sobre la calidad de la formación que reciben los escolares. De acuerdo con este estudio, los alumnos están saliendo de nuestras escuelas públicas sin comprender lo que leen y con serios problemas de ortografía.
Los resultados de la investigación, sin duda, explican los bajos resultados que con frecuencia obtiene el país en diagnósticos como el Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes (PISA).
También aclaran el porqué, años después, muchos colegiales se tambalean o fracasan al enfrentarse a ejercicios que requieren más comprensión, análisis y elaboración.
Los investigadores señalan que una posible causa de esta triste realidad es el poco interés del maestro por realizar ejercicios que fomenten la lectura. Así lo determinó el programa Estado de la Educación, luego de consultar a 364 docentes de escuelas diurnas de la Gran Área Metropolitana (GAM).
Resulta que el 74 % de los encuestados considera la lectura un ejercicio obligatorio, ajeno al gusto y al placer propios de esa experiencia. Este dato asusta y preocupa. Si se predica con el ejemplo, entonces, qué enseñanzas podrán dejar estos educadores a las futuras generaciones.
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La investigación no ahonda en la razón por la cual al educador no le gusta leer. ¿Será un problema de mala formación, de desmotivación o de falta de vocación?
Es urgente que el Ministerio de Educación analice este asunto en busca de soluciones inmediatas y eficaces para promover un cambio. Ojalá otros sectores se sumen a la causa. Aquí, sí valdría la pena que los sindicatos impulsaran un movimiento (no una huelga) para cultivar el gusto por la lectura.
Twitter: @RonaldMatute
El autor es jefe de Información de La Nación.