No es casual, sino una estrategia con el propósito de desprestigiar. La maquinaria del gobierno de Rodrigo Chaves tiene la intención de desacreditar a los periodistas incómodos, al Poder Judicial (al que le teme) y, más recientemente, al Poder Legislativo. Lo riesgoso es lo que pretende siguiendo este guion, donde mete a todos en el mismo saco de “canallas” si no están en su misma sintonía.
La trama avanza en orden. Primero, contra la prensa independiente y crítica (”canalla”). Continuó contra el Poder Judicial, al vincularlo a “intereses canallas” después de enterarse de que la Fiscalía General investiga al mandatario. Y ahora le tocó al Poder Legislativo, al que vilipendia porque, según su manual, es “engorroso” y “juega a las chapitas”.
Que la Asamblea Legislativa es un “enredo”, sí, pero eso lo sabe todo ciudadano, y que un político venga a descubrirlo a dos meses de gobernar es irresponsable. De hecho, quienes antes administraron el país lo sabían y, por ello, utilizaron la inteligencia emocional y también la política para negociar y llegar a acuerdos con los 57 diputados cuando así lo necesitó el país.
De ahí que el manifiesto intento de desacreditar el Poder Legislativo más bien parece un ardid para encubrir —para excusar— la incapacidad de consensuar en democracia. Si la intención es conseguir votos para colocar $6.000 millones en bonos de deuda, lo estratégico sería convencer con hechos sobre esa urgencia, no usar cámaras o apariciones públicas para demeritar a los diputados.
Negociar es un arte que implica discutir, ceder, proponer, rechazar y aceptar. Por eso, el gobierno y su fracción deben invertir tiempo y esfuerzo en dialogar y convencer a los diputados antes de apostar por el desprestigio. Hay que tener presente que quedan apenas dos años para concretar las reformas de fondo, pues en el 2024 el comienzo de la campaña electoral eclipsará a legisladores y partidos.
Lo sano para el bienestar ciudadano es un gobierno que engavete su desbocado discurso de campaña electoral, su libreto de descrédito, odio o ridiculización hacia todo lo que resulte incómodo, y que se remangue para trabajar en lo vital: llegar a acuerdos, construir obras y promover las reformas urgentes.
Ingresó a La Nación en 1986. En 1990 pasó a coordinar la sección Nacionales y en 1995 asumió una jefatura de información; desde 2010 es jefe de Redacción. Estudió en la UCR; en la U Latina obtuvo el bachillerato y en la Universidad de Barcelona, España, una maestría en Periodismo.
En beneficio de la transparencia y para evitar distorsiones del debate público por medios informáticos o aprovechando el anonimato, la sección de comentarios está reservada para nuestros suscriptores para comentar sobre el contenido de los artículos, no sobre los autores. El nombre completo y número de cédula del suscriptor aparecerá automáticamente con el comentario.