El desempeño de cada uno va de lo razonable a lo desastroso, pasando por lo caótico. Y si algo nos falta son método y voluntad ejecutivas para una acción integral, a partir de datos, rigor y confianza, que atienda el embate inmediato y, a la vez, refuerce una dimensión hasta ahora ausente en el debate o reparto de culpas: la preventiva.
Para lograrlo, el abordaje sistémico es clave. Depende de dos grandes variables: 1) Atender factores estructurales de lenta mejora (pobreza y exclusión, por ejemplo). Demanda una visión de Estado impulsora de buenas políticas públicas, pero aquí el déficit ha sido enorme y la ausencia de iniciativas para cerrarlo, dramática.
2) Articular programas e instituciones que atemperen los efectos de los grandes problemas no resueltos y mejoren la vida de poblaciones vulnerables.
Pienso, entre varios ejemplos, en las bibliotecas públicas como pivotes de encuentro comunitario; la acción de los Centros Cívicos por la Paz —limitados por su deficiente gobernanza—, las escuelas y colegios como ámbitos seguros e inspiradores, las becas, los CEN-Cinái, la capacitación en el INA, la mejora de espacios públicos, el impulso a los deportes e iniciativas no estatales de transformación social, como el parque La Libertad (en el triángulo de Desamparados, Tres Ríos y Curridabat) y el Sifáis, en La Carpio.
¿Seremos capaces, al menos, de superar las estridencias y ocurrencias para actuar de manera integrada e integral?
Hoy estamos estancados o en retroceso, pero hemos tenido períodos de avance en el pasado, y nada impide un cambio para que el bienestar humano y la seguridad ciudadana sean atendidos, de nuevo, como parte del mismo desafío y posible solución.
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