“Recuerdo que caminaba muy cerca de la comandancia, cuando entre todo el bullicio que hay un día cercano a Navidad, sentí que una señora me agarró de la mano y me dijo ‘muchacha venga, cuidado... está temblando’. Fue en ese momento que entré en razón que algo pasaba y me asusté, seguí caminando y la calle se movía como las olas del mar”.
Así recuerda Yessenia Campos Soto el inicio del día de su boda, el 22 de diciembre de 1990. Una fecha especial que planificó junto a su pareja, Leonardo Lobo Castillo, durante más de ocho meses y que al final se enredó con un desastre natural que impactó a todo el país. Hoy recuerda el acontecimiento con humor, porque jamás pensó que un día tan valioso iba a salir adelante en medio de las réplicas de un terremoto.
Esta pareja de Alajuela llevaba casi dos años de noviazgo cuando decidió contraer nupcias hace más de tres décadas. Todo estaba planeado para que la boda Lobo-Campos se llevara a cabo a las cuatro de la tarde en la catedral de la ciudad, pero horas antes un movimiento sísmico casi se trae todo abajo, si no fuera por la convicción de los enamorados por continuar con su ansiada actividad.
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Justo a las 11:27 a. m. ambos andaban corriendo con los últimos detalles de la ceremonia. Leonardo se dirigía hacia el centro del cantón para recoger unos zapatos, mientras Yessenia caminaba hacia un salón de belleza para peinarse. En ese preciso momento ocurrió un fuerte sismo de magnitud 5,7 en la provincia alajuelense que dejó grietas en las calles, más de 300 casas dañadas, deslizamientos y hundimientos.
El esposo cuenta que tras escuchar el primer retumbo solo pensó en su novia, “que si le hubiese pasado algo”. Dice que ni siquiera recogió sus zapatos, pues se devolvió a la casa que ya tenían lista para irse a vivir juntos para desconectar la electricidad, porque le dio miedo que otro sismo provocara un incendio. Por su parte, la prometida siguió su camino hacía el salón de belleza, “para ver qué me podían hacer”.
Yessenia cuenta que, pese a lo sucedido, sus primas y otros familiares se fueron a decorar la catedral. El sacerdote Alfonso Chaves les dijo “¿qué hacen? Aquí adentro no voy a celebrar, si quieren vamos a preparar un espacio cerca de la gruta en el jardín, pero aquí nadie puede estar”, ya que dentro del templo había paredes y columnas completamente desplomadas.
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“Yo recuerdo que había mucha gente, no eran invitados de la boda, pero como todo mundo estaba asustado y la boda fue al aire libre, recuerdo en especial que habían unos extranjeros grabando con una cámara, no tengo ni idea de dónde estará ese video ahora, pero tengo presente verlos grabando”, rememora la esposa, al tiempo que cuenta que algunos invitados no llegaron por miedo a las réplicas o porque no pudieron planchar su ropa.
La falta de electricidad también obligó a los organizadores a poner fogones en el suelo para poder terminar la comida para la celebración. Los niños que debían de llevar los anillos y las arras tampoco llegaron porque no pudieron planchar sus trajes. Luego del caos, la boda se concretó en las afueras de la iglesia y la recepción en un salón a unos tres kilómetros del centro de Alajuela.
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Entre risas, la pareja cuenta que una de las cosas que más recuerdan es que cuando la novia se fue a peinar y maquillar, varias tías y allegadas a la familia le decían que tomara en cuenta que el terremoto podía ser una señal para que mejor cancelaran toda la ceremonia, “que eso era señal divina”. Mientras recuerdan esto, sonríen como la primera vez.
Aún entre más risas cuentan que tenían planeado viajar a Limón para pasar su luna de miel, pero que prefirieron cancelar el viaje pues temían que otro desastre los agarrara lejos de sus familias y pasaron esos primeros días en casa de los padres de la novia. Hoy viven felices en la urbanización El Pasito, en el Invu Cañas y siempre, para los 22 de diciembre, recuerdan aquel día que cambió todos los planes de su boda.
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