Diego Monge Solís es boyero desde niño. Siempre le han gustado los bueyes y, por eso, se siente orgulloso de Chino y de Moro, la yunta que lo acompaña en sus labores durante más de 12 horas, casi todos los días en Guadalupe de Tarrazú.
Desde las antes de las cinco de la mañana, llega al cerco para arrearlos hasta el galerón donde los enyuga, con la ayuda de su hermano Rolando.
Ataviado con pulcro sombrero blanco, cuchillo con cubierta y cuchilla en estuche –ambos sujetos a su faja–, Diego se dispone a dirigir sus chineados bueyes de la raza sardo negro. Ellos dan vueltas para extraer el jugo de la caña que Rolando diligentemente coloca en el trapiche.
Con la ayuda de estos animales, también lleva el café hasta un beneficio ubicado a unos cuatro kilómetros de su finca.
El boyero realiza esta labor por lo menos una vez al mes, como el pasado 3 de marzo, cuando trasladó dos fanegas (12 quintales).
Durante su recorrido, muchos conductores y transeúntes se detuvieron para admirar la escena, alertados también por el ronroneo de las ruedas y el rítmico golpeteo de los cascos de los bueyes sobre la calzada.
No los cambia. Diego es consciente de que los motores eléctricos reducen el tiempo de muchas de faenas agrícolas, como las que él practica, y sabe que abaratan los costos. Sin embargo, este hombre se niega a renunciar al encanto de trabajar con estos animales de bellas cornamentas, un oficio heredado de su abuelo Matías Monge y de su tío Beto Solís, a quien recuerda con admiración como el boyero por excelencia.
Para trasladar el café hasta el beneficio, tarda una media hora en carro, una cuarta parte de lo que dura cuando usa los bueyes. Pero, según sus propias palabras, la satisfacción es enorme. “Ese tiempo me llena más y me hace más feliz que terminar antes”.
Su pasión por estos animales es tal que, en una pared de la sala de su casa, exhibe cual trofeo de gran valor, la cachera de sus anteriores bueyes, unos brahman blancos a los que llamaba los Consentidos. De ellos también conserva fotografías en un retablo, donde aparece junto a los animales en los desfiles en los que participa frecuentemente.
Los Consentidos lo acompañaron durante ocho años, hasta que debió sacrificarlos pues a uno se le infectó una pata. “Y los bueyes son yunta para toda la vida”, comentó. “No se puede emparejar otro animal con el que queda, pues nunca van a funcionar como pareja”.
Por ahora, Diego se resiste a abandonar la tradición. Y muchos se benefician de ello pues, con un poco de suerte, se pueden topar con los bueyes jalando la carreta cargada de café.