Nuestro sistema inmunitario es de los más complejos del cuerpo. La analogía de ser un “ejército lleno de soldados” que atacan a cuanto microorganismo quiera “invadirnos” es muy cercana a la realidad.
Este ejército funciona muy bien para identificar al invasor, saber cuán agresivo es y ver las mejores formas de desarmarlo y luego atacarlo para que deje al cuerpo libre. De hecho, casi todos los medicamentos y vacunas funcionan con la premisa de ser aliados de este ejército.
Lo mismo sucede con el cáncer. Nuestro cuerpo sabe detectar cuando hay un grupo de células que comienzan a crecer y reproducirse de manera anormal, y las ataca. Es posible que esto haya sucedido más de una vez en nuestro organismo y nunca nos percatáramos de ello.
“Casi todos los días existe la posibilidad para todos nosotros de desarrollar cáncer, pero el sistema inmunitario usualmente gana”, expresó a La Nación en noviembre pasado Jeffrey Bluestone, investigador en Inmunología de la Universidad de California en San Francisco, durante el Congreso Mundial de Periodismo Científico.
Sin embargo, el cáncer es muy hábil y, por ello, logra burlar al sistema de defensas. Las células cancerosas utilizan un “camuflaje natural” para engañar al sistema inmunitario y hacerle creer que son normales; es decir, tejido sano. Posteriormente, estas células cancerosas usan algunas de las proteínas para desactivar las células inmunitarias y así se desarrollan los tumores.
¿Hay forma de “darle vuelta” a nuestro sistema inmunitario para que ataque al tejido canceroso? La respuesta es sí, y esto fue lo que llevó a dos médicos inmunólogos –el estadounidense James Allison y el japonés Tasuku Honjo– a recibir el premio Nobel de Medicina 2018. El Instituto Karolinska de Suecia anunció a los laureados esta madrugada. El galardón será entregado en diciembre próximo.
Cada uno de ellos descubrió, en países muy diferentes, en laboratorios distintos y con equipos de trabajo formados por otras personas, cómo utilizar proteínas vitales en nuestro sistema inmunitario y bloquearlas, para así obtener nuevos medicamentos contra el cáncer.
Son dos proteínas muy diferentes, pero su función en el sistema de defensas es la misma: “apagar” las células T (o linfocitos T) cuando vencieron a un virus o bacteria, para que ya dejen de atacar. En otras palabras, manda a los soldados a dormir. Si este proceso no ocurre, el sistema inmunitario seguiría actuando sobre células y tejidos sanos, lo que llevaría a enfermedades autoinmunes (el cuerpo atacándose a sí mismo).
“Es un descubrimiento sin precedentes que cambió la forma de entender el cáncer”, cita el acta del jurado.
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Allison no descubrió la proteína con la que realizó sus estudios, pero sí le dio las características para ponerse a trabajar con el cáncer. El especialista y su equipo buscaron bloquear la proteína llamada CTLA-4, descubierta en 1987. La mayoría de los grupos de científicos buscaron utilizar esta sustancia para buscar tratamientos de enfermedades autoinmunes, como el lupus o el Guillain-Barré, pero Allison se desvió del camino y quiso saber si podría darse una cura para el cáncer.
“No me propuse estudiar el cáncer, sino comprender la biología de las células T, estas increíbles células que viajan por nuestros cuerpos y trabajan para protegernos”, destacó Allison, de 70 años, la mañana de este lunes en conferencia de prensa.
El experimento comenzó a finales de 1994. En ese entonces él trabajaba en un laboratorio en la Universidad de Berkeley en California, EE. UU. Ellos tomaron un grupo de ratones que ya habían desarrollado dos tipos de tumores: un carcinoma en el colon y melanoma (cáncer de piel muy agresivo) y les inyectaron un anticuerpo que bloqueó la CTLA-4. Los resultados fueron muy rápidos, tanto así que el equipo lo repitió durante la última semana del año.
Allison y sus colaboradores vieron que bloquear la CTLA-4 sí aumentaba la respuesta antitumores de las células T y los tumores que ya estaban presentes en el paciente sí reaccionaban ante el ataque de las células T. Producto de esto, los tumores no regresaron; la respuesta fue positiva en los dos tipos de cáncer.
Posteriormente, se probó este mismo anticuerpo en otros tipos de cáncer, como el de próstata.
En un inicio, ninguna compañía farmacéutica confiaba en este descubrimiento y se temía por los efectos secundarios de bloquear esta proteína.
Finalmente, en el 2003, luego de desarrollar nuevos anticuerpos, comenzó la primera investigación en seres humanos. Algunas fallaron, pero en el 2010 se probó su eficacia para el melanoma. Un año después fue aprobado como medicamento por la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés) y por la Agencia Europea del Medicamento (EMA, en inglés).
“La inmunoterapia no reemplazará al resto de tratamientos contra el cáncer, pero dentro de cinco años formará parte de la terapia para casi todos los pacientes”, evidenció Allison en conferencia de prensa.
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Dos años antes de que Allison comenzara a trabajar con la CTLA-4, del otro lado del mundo, en Kioto, Japón, Tasuko Honjo y su equipo encontraron, casi por curiosidad y sin el objetivo de buscar tratamiento contra el cáncer, una proteína llamada PD-1.
Durante casi 10 años no se creyó que hubiera relación entre esta proteína y una posibilidad de tratar distintos tipos de tumores, pero sí se sabía de la función de la PD-1 para apagar la respuesta inmunitaria, con lo cual bloquear la proteína haría que la respuesta continuara.
En el 2000, Honjo asumió una batalla para encontrar un ligando para la PD-1. Un ligando es una molécula que envía una señal al unirse al centro activo de una proteína. Lo encontraron a los pocos meses y lo bautizaron PD-L1.
En el 2002, Honjo y sus colaboradores vieron que había moléculas de PD-L1 que se expresaban en las células de los tumores. Esto quería decir que esa combinación proteína-ligando evitaba que el sistema inmunitario atacara a las células cancerosas.
Tres años más tarde se publicó el primer estudio de un anticuerpo que trabajara directamente sobre la PD-1 y la PD-L1. Cinco años después de estudios que comprobaron su acción, comenzaron los primeros ensayos en seres humanos.
La acción de atacar células cancerosas se demostró para cáncer de pulmón de células no pequeñas, así como para melanoma y cáncer de riñón.
En el 2015, la FDA y la EMA aprobaron el uso de esta molécula para tratar cáncer de pulmón.
“Cuando se descubrió la proteína, en 1992, era simplemente investigación científica básica, pero conforme se fueron dando tratamientos médicos comencé a escuchar de pacientes cosas como ‘este tratamiento mejoró mi condición y me dio fuerzas otra vez, y esto es gracias a usted’. Ahí comencé a entender el significado de lo que mi trabajo había logrado. Realmente, siento que soy un hombre muy afortunado”, aseguró Honjo en una conferencia de prensa en la Universidad de Kioto.
Sin embargo, para él este no es el final del camino. "Quiero continuar mi investigación (...) para que la inmunoterapia salve más pacientes afectados por cáncer”, destacó el hombre de 76 años.
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¿Qué sigue?
Gracias a los trabajos de estos nuevos laureados con el Nobel de Medicina, cientos de científicos tienen una nueva línea de investigación para descubrir cómo nuestro sistema de defensas puede ser aliado para combatir el cáncer. Muchos estudios combinan la acción de la CTLA-4 con la de la PD-1 y han obtenido mejores resultados aún.
En este momento, hay más de 800 ensayos clínicos que utilizan la inmunoterapia.
No obstante, esto también es polémico, pues muchas personas creen que se trata de una panacea, cuando es un tratamiento que no responde aún a todos los tipos de cáncer, no se puede usar en todas las personas y no es una terapia única, sino que usualmente se receta en combinación con otros tratamientos, como cirugía o quimioterapia.
Además, deben tomarse en cuenta los efectos secundarios que aún se registran en algunos pacientes, varios de ellos muy graves.
“El problema con el cáncer es que no es solo una enfermedad. Con ese nombre se conocen a muchas, muchas, muchas enfermedades. Es difícil imaginarse encontrar una sola llave para todas. No es como ‘tirar espagueti a la pared y ver qué pasa’; podemos correr el riesgo de alentar tanto al sistema inmune que más bien terminemos con enfermedades autoinmunes como diabetes tipo 1, por ejemplo”, aclaró Bluestone a La Nación.
“Pero en medio de esto hay buenas noticias: el cáncer no deja tan minado al sistema inmunitario. Lo malo son los posibles efectos adversos, pero debemos ver la salud humana como un todo. No todo es cáncer ni sistema de defensas. Tenemos la nutrición, el envejecimiento y la contaminación ambiental; todo eso también juega un rol”, concluyó el especialista.
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