
La inteligencia artificial (IA) puso manos a la obra para transformar todos los ámbitos de la vida.
Al igual que otras tecnologías disruptivas anteriores, promete cambiar todo, incluido el mundo laboral.
Economistas y políticos debaten cómo la IA –y, en especial, la inteligencia artificial general (IAG)– remodelará la fuerza laboral. Los tecno-optimistas sostienen que la tecnología ha sido históricamente un potente motor del crecimiento económico, impulsando nuevas industrias con puestos de trabajo novedosos.
Pero otros sostienen que los cambios provocados por la IA son de otra magnitud.
Economistas del Fondo Monetario Internacional (FMI) estiman que la IA podría afectar hasta al 40% de los puestos de trabajo, pues las máquinas impulsadas por la IA sustituyen el trabajo que tradicionalmente realizaban personas, en su mayoría calificadas.
Incluso si no se pierden puestos, el trabajo de los humanos podría perder valor, lo que provocaría una caída de los salarios, afirma Anton Korinek, experto en economía de la IA de la Universidad de Virginia.
Dos de los tres galardonados con el Premio Nobel de Economía del 2024 han escrito extensamente sobre la inteligencia artificial y su posible impacto en el empleo.
Daron Acemoglu y Simon Johnson, del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés), sostienen que debe actuarse para garantizar que los beneficios de la IA se distribuyan ampliamente, mediante la intervención de los gobiernos, para evitar que se agrave la desigualdad en esta era de creciente automatización.
Ambos aconsejan prestar atención a las lecciones de los inicios de la Revolución Industrial y al pensamiento flexible de una figura clave de aquella época: David Ricardo.
Acemoglu, Johnson y sus colegas afirman que, si, al igual que Ricardo, los políticos actúan con cuidado y flexibilidad, la IA podría ayudar a restaurar lo que el inicio del auge tecnológico puso en peligro: los empleos de clase media con salarios dignos.
Tecnología que trae cambios
Ricardo, nacido en 1772, fue parlamentario y economista. De joven creía que las nuevas máquinas de hilar que convertían el algodón en hilo aumentarían la productividad de los trabajadores y resultarían beneficiosas para todos.
Reconoció que, en un principio, la nueva maquinaria desplazaría a algunos hilanderos, pero que, con el tiempo, hallarían trabajo en otros lugares.

Eso ocurrió al inicio. La fabricación de textiles de algodón experimentó un auge: las nuevas máquinas de hilar de la década de 1770 hicieron que la producción de hilo fuera más rápida y barata.
Los trabajadores que hilaban en casa con ruecas se vieron afectados, pero muchos pasaron a otra industria artesanal en auge: tejer el hilo, ahora más abundante y barato, para convertirlo en tela.
Pero una segunda invención trajo otra realidad: los telares mecánicos. Un solo telar mecánico podía producir más algodón que hasta 20 tejedores manuales, y las máquinas eran tan grandes que tenían que instalarse en fábricas. Esto acabó con la industria artesanal del tejido.
A medida que el tejido en fábricas eclipsaba al tejido doméstico, los trabajadores desplazados no tenían adónde ir, porque los telares mecánicos creaban relativamente pocos puestos de trabajo.
Para los tejedores esto fue un desastre. Los ingresos familiares en dos ciudades de Lancashire se redujeron a la mitad entre 1814 y 1819, según relatan Acemoglu y Johnson en un artículo de 2024 publicado en el Annual Review of Economics.
Los tejedores manuales ganaban una media de 240 peniques a la semana en 1806, pero en 1820 ganaban menos de 100 peniques semanales.

Ni siquiera a los trabajadores de las fábricas que manejaban los nuevos y potentes telares textiles les iba bien. Entre 1806 y 1835, sus salarios apenas aumentaron.
Las crecientes desigualdades económicas generaron malestar social. En 1819, una manifestación en Manchester, en la que se calcula unas 60.000 personas reclamaban, fue disuelta por la fuerza letal, en la masacre de Peterloo.
Ricardo, testigo de primera mano de las consecuencias de los telares mecánicos, cambió radicalmente de opinión: “La misma causa que puede aumentar los ingresos netos del país puede al mismo tiempo deteriorar la condición del trabajador”.
Caída de la ‘calificación media’
El giro de Ricardo encierra lecciones para los economistas laborales y los políticos actuales, que se enfrentan al impacto de la IA en el empleo y los salarios, afirman Acemoglu y Johnson.
Pero este problema no comenzó con la inteligencia artificial. Se ha gestado desde la década de 1980 con la proliferación de tecnologías que pronto dominarían gran parte de los negocios, el comercio y la sociedad: computadoras, Internet, teléfonos inteligentes, comercio electrónico, redes sociales.
Al igual que con los telares mecánicos al comienzo de la Revolución Industrial, estas tecnologías no lograron repartir los beneficios. En cambio, según Johnson, “han ayudado a los más calificados”.
Desde la década de 1980, los salarios de las personas con “calificación media” –como quienes no terminaron la universidad– se estancaron o disminuyeron.
La revolución tecnológica “automatizó una amplia capa de puestos de trabajo de calificación media en las ocupaciones de apoyo administrativo y de producción manual”, escribe David Autor, economista laboral del MIT, en la revista Noēma.
Al igual que los hilanderos y tejedores de antaño, esas personas vieron cómo se desvanecía su medio de vida, lo que obligó a muchos a recurrir a trabajos menos calificados y peor remunerados.
La renta media de los hogares en Estados Unidos aumentó un 95% tras ajustarla a la inflación en las últimas cuatro décadas, pero según la Fundación Peter G. Peterson, esas ganancias variaron mucho entre los grupos con mayores ingresos y los de menores ingresos.
En el primer grupo, los ingresos aumentaron un 165% entre 1981 y el 2021, mientras que en el grupo más bajo solo crecieron un 38%: el grupo más rico obtuvo más del cuádruple que el grupo más pobre.
Cómo puede ayudar la IA
¿La IA empeorará la tendencia o, si se gestiona correctamente, supondría una oportunidad? Johnson, Autor y Acemoglu se muestran optimistas.
“La IA –si se usa bien– puede ayudar a restaurar el núcleo de calificación media y clase media del mercado laboral estadounidense, vaciado por la automatización y la globalización”, escribe Autor.
Al formar a las personas en la aplicación de software de IA, los trabajadores con calificaciones medias podrían asumir muchas tareas de toma de decisiones que antes realizaban médicos, abogados, ingenieros de software y profesores universitarios.
Por ejemplo, un trabajador sanitario con experiencia podría dominar un nuevo dispositivo médico, como un nuevo tipo de catéter, o podría llevar a cabo un procedimiento desconocido durante una emergencia.
La idea no es sustituir a los médicos, añade Johnson. “Solo decimos: restablezcan ese equilibrio. Impulsen a las personas que no tienen cuatro años de estudios universitarios. Permítanles ser más productivas”.
Sin embargo, no todos los economistas creen que este tipo de solución funcione con la IA, especialmente cuando llegue la IAG, con capacidades cognitivas a nivel humano.
“La diferencia clave con respecto a los cambios tecnológicos del pasado es que la IAG sería capaz de realizar cualquier tarea cognitiva, lo que podría dejar pocos roles económicos exclusivos para los humanos”, afirma Korinek. “Esto podría provocar un desplazamiento de la mano de obra y una importante disminución de los salarios” —a menos que los gobiernos intervengan para evitar que se amplíe aún más la brecha de riqueza—.
A corto plazo, afirma Korinek, esto podría significar mejorar las habilidades de los trabajadores en funciones que aún requieren capacidades exclusivamente humanas, como “la conexión auténtica, la inteligencia emocional y la supervisión ética”, en las que las máquinas no destacan o no satisfacen una necesidad humana, como los psicoterapeutas, los cuidadores de niños y los consejeros religiosos.
Más adelante, las sociedades podrían necesitar cambios más profundos.
Orientación del pasado
Aún hay pocos estudios convincentes sobre el impacto que la IA y la IAG, tendrán en los puestos de trabajo y los salarios. En parte, porque deben tenerse en cuenta puestos de trabajo que aún no existen en industrias que aún no se han inventado.
Mientras se desarrolla este nuevo mundo, la vida y la época de David Ricardo ofrecen elementos de reflexión.
La maquinaria introducida en las fábricas textiles inglesas a principios del siglo XIX tuvo un impacto mucho peor en la vida de los trabajadores de lo que Ricardo previó. Le llevó mucho tiempo darse cuenta. Cuando lo hizo, tenía casi 50 años, era rico, tenía buenos contactos y estaba en la cima de su profesión.
Habría sido fácil ignorar los efectos adversos. En cambio, admitió su error y modificó sus teorías. Ese tipo de pensamiento será crucial en la era de la IA, afirma Johnson.

Inglaterra aprendió de la ruina de los tejedores artesanales. Amplió la voz política de sus ciudades industriales.
Hoy, el nuevo mundo se precipita. Daniel Kokotajlo, antiguo investigador de gobernanza en OpenAI, desarrollador de ChatGPT, que ahora dirige el proyecto AI Futures, ha planteado un escenario en el que la IAG impulsa un auge económico para el 2027, pero también provoca la pérdida de millones de puestos de trabajo porque su software supera a los humanos en codificación, investigación y otras tareas cognitivas.
Otras predicciones van desde un mundo en el que cada vez más riqueza queda en manos de unos pocos, hasta otro en el que la IA ayuda a reducir desigualdades. Depende en gran medida de cómo actúen los gobiernos.
Como queda claro al observar la Revolución Industrial, “el que haya nuevas máquinas no significa que la mayoría de la gente se beneficie de ellas”.
Este artículo apareció originalmente en Knowable en español, una publicación sin ánimo de lucro dedicada a poner el conocimiento científico al alcance de todos. Suscríbase al boletín de Knowable en español.