
El concepto de tiempo ha desconcertado a filósofos, científicos y personas comunes durante siglos. Mientras en la vida cotidiana se percibe como una secuencia inevitable que va del pasado hacia el futuro, la física moderna plantea una visión muy distinta.
En épocas antiguas, el tiempo parecía ser solo el escenario inmóvil donde ocurren los eventos. Para Isaac Newton, se trataba de una entidad absoluta y universal. Avanzaba igual para todos, sin importar lo que sucediera en el entorno.
No obstante, la teoría de Albert Einstein cambió esa percepción. Según su modelo, el tiempo no es uniforme. Cada observador lleva su propio “reloj” y este varía según la velocidad y la gravedad. Un ejemplo cotidiano lo ofrecen los satélites GPS, cuyos relojes avanzan más rápido que los de la superficie terrestre. Por esa razón, deben ajustarse para que las ubicaciones en los mapas sean precisas.
El tiempo en las leyes de la física
Un aspecto que desafía aún más la comprensión es que las leyes fundamentales del universo no distinguen entre pasado y futuro. Si una colisión de partículas se reproduce en reversa, las ecuaciones funcionarían igual. Para esas fórmulas, no existe una dirección obligatoria del tiempo.
Sin embargo, en el mundo visible, los procesos sí muestran una irreversibilidad clara: el hielo se derrite, el café se enfría y un huevo quebrado no puede recomponerse. Este fenómeno se explica por la entropía, que mide el grado de desorden. A mayor desorden, más formas posibles existen para que un sistema se configure. Por estadística, todo tiende a evolucionar hacia el desorden.
Este principio crea la impresión de que el tiempo avanza, aunque en realidad se trata de un aumento natural de entropía. Según la cosmología, el universo comenzó con una entropía extremadamente baja, lo que permite que esta aumente y que se perciba una “flecha del tiempo”. La expansión del cosmos, la formación de galaxias y planetas responden a este patrón.
La percepción humana del tiempo
Más allá de las fórmulas, existe el tiempo psicológico, que opera dentro del cerebro. Este órgano no interpreta el mundo como fotografías aisladas. Lo hace dentro de una ventana breve, donde sonidos, imágenes y sensaciones se integran en una narrativa coherente.
Ese “ahora” es una construcción neurológica, no una fracción exacta de tiempo. Por ello se entiende un acorde musical como un todo, y no como una suma de notas separadas.
Los humanos recuerdan el pasado, pero no pueden anticipar el futuro. Grabar recuerdos exige energía, modifica las conexiones neuronales y genera calor, lo cual refleja cómo la termodinámica actúa también en los seres vivos. En este sentido, la vida consiste en un equilibrio temporal sostenido por la luz solar.
Además, la percepción del tiempo cambia según el contexto. Cuando se está aburrido, parece avanzar con lentitud. En cambio, durante momentos placenteros o de concentración, se comprime. La atención y las emociones influyen en los relojes internos, alterando la noción del tiempo.
¿El tiempo pasa o todo cambia?
En última instancia, la existencia del tiempo depende de cómo se defina. Como elemento matemático, está presente en las ecuaciones. Como flujo universal, no aparece en ninguna parte. Como dirección emergente, la entropía lo guía. Y como experiencia vivida, es tan real como cualquier emoción.
Más que preguntar si el tiempo pasa, tal vez el enfoque correcto sea cuestionar qué cambia cuando todo cambia. Lo que parece una corriente temporal podría ser simplemente una forma de describir cómo la materia se reorganiza, creando con cada transformación una nueva historia.
*La creación de este contenido contó con la asistencia de inteligencia artificial. La fuente de esta información es de un medio del Grupo de Diarios América (GDA) y revisada por un editor para asegurar su precisión. El contenido no se generó automáticamente.
