Lo he afirmado ya y ahora insisto en ello, al abrir este espacio de reflexión que es todo un privilegio: la ciudad es un asunto muy serio como para dejarla solo en manos de urbanistas y, menos aún, en las de arquitectos.
Si hago tan contundente afirmación es porque mucha de la experiencia histórica demuestra que a los segundos, aunque afirmen tener o tengan conocimiento de su compleja disciplina, suele dominarles el ego que suponen proyección de su también supuesta creatividad; mientras que los primeros, cuanto más conocimiento técnico y sociológico digan poseer o posean, suelen ser más insensibles a lo único que debiera importarles a ambas profesiones: la gente... que es al fin y al cabo quien habita las ciudades.
Y esto es así porque el espacio urbano concebido por los arquitectos y urbanistas que se denominaron “modernos” en el siglo pasado, se enfocó más en la forma ideal de la ciudad y sus edificios, que en sus reales contenidos vivenciales y por eso políticos, cuando es en estos últimos donde reside may rmente lo urbano.
De modo que hoy, tan importante como la participación de esos especialistas en el proceso de dar forma a la ciudad como tal, es la participación ciudadana en ello por los medios disponibles pero, por supuesto, con un sentido crítico.
Para referirse a la urbe por eso, los romanos -que construyeron tantas ciudades e hicieron de tantos ciudadanos- hacían una distinción esencial entre la "urbs" como continente y la “civitas” como contenido; es decir, decían ciudad de un doble modo que apuntaba tanto a la construcción de la urbe como a la de su urbanidad.
Tenían claro, entonces, que solo con respuestas espaciales no se resolvían los problemas de las ciudades, sino que para ello había que adentrarse además en sus relaciones sociales, a través de la participación republicana de quien las habitaba.
Retomando aquello por sano, hoy y aquí sin embargo, para que esa participación pueda manifestarse adecuadamente y de tan diversa manera como pueda en la de por sí diversa vida urbana, se requiere ante todo de que urbanistas y arquitectos realicen una labor que hasta la fecha es su mayor omisión en el medio: que eduquen a la gente.
Pues educar es una labor implícita en el hecho mismo de construir: un diseño bien realizado y mejor ejecutado, enseña calidad de vida a su usuario... y lo contrario, lamentablemente, lo maleduca también.
Por otra parte, la obra arquitectónica y urbana debe a su vez ser explicada -no justificada, que es distinto- al público que va a vivirla como suya, y no como simple cliente del profesional que la ejecuta.
Según lo cual, esa doble visión docente de ambas profesiones, requiere de un compromiso ético que ha de manifestarse en dos planos: uno material y tangible que es el constructivo, y otro literario e intangible, que es el crítico.
Porque la crítica, ejercicio intelectual que conlleva el juicio estético de un especialista, si realizada sin pedanterías académicas y socializada mediante publicaciones periódicas como ésta, dicta la experiencia que puede terminar por revertirse entre la gente como pensamiento, como opinión crítica, esto es, como criterio.
Y criterio -que no actitud crítica, conste- es lo que le falta al costarricense medio, precisamente, porque no ha sido hasta hoy sujeto de interés de quienes más interés debieron haber mostrado, desde hace años, en su educación estética: los que construyen la estética urbana.
Error que se ha pagado con la incomprensión muchas veces, de muchos buenos diseños, mientras se le ha cobrado a la gente por ello llamándola simplemente ignorante, cuando es natural que ignor lo que nadie se ha tomado la molestia de explicarle.
Bajo mi firma al menos, este espacio por eso, quiere hacer de la crítica su objeto y de la gente su sujeto, y contribuir así a que la construcción de la ciudad sea cada día más abierta y participativa, políticamente más sana porque más ciudadana, y profesionalmente menos descuidada porque más comprometida con la gente… que es, al fin y al cabo, quien ha de habitar la ciudad así construida mañana.