Una serie de cambios y mejoras podrían motivar a los agricultores a llorar con la cebolla, pero de felicidad.
Un proyecto de prácticas de Ingeniería Agrícola que se está desarrollando en la zona norte de Cartago (cantones de Oreamuno y Alvarado) tiene como fin darle un valor agregado a la producción de esta hortaliza. Brinda un producto más saludable, en armonía con el ambiente y, a la vez, sin que por estos cambios se requiera una inversión de alto costo y, por el contrario, se tenga una alta rentabilidad.
¿Por qué la cebolla? La respuesta es clara. Según información del Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG), los productores hortícolas de esta zona de Cartago tienen un bajo índice de producción, en parte por factores climáticos como el agua. Esto, sumado a la situación económica de estos agricultores, obligó a tener que poner a la venta tierras que no estaban pudiendo sostener con sus ingresos.
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“Ha habido una gran preocupación de parte del TEC con respecto a esto, por lo que hicimos una reunión entre los agricultores y la oficina de vinculación para ver en qué podíamos ayudar. Ofrecimos colaboración en el tema de la eficiencia del uso del agua y los recursos nutricionales”, explica Adrián Chavarría, profesor de la escuela de ingeniería agrícola del TEC.
Poniéndose manos a la obra, la yunta entre el TEC y el MAG buscó soluciones para hacer de esta zona una mucho más competitiva a nivel de precios y producción. Para ello, echaron mano de la tecnología en los cultivos.
Idearon sensores que se están usando, todavía a modo de prueba en al menos dos cultivos, uno de ellos de 1.460 metros cuadrados en Tierra Blanca de Cartago y, el segundo, cerca del Sanatorio Durán, en Prusia. La utilización de este innovador recurso de riego por goteo permite llevar un control de la humedad de los cultivos, con un uso más eficiente del agua; a la vez ofrece la posibilidad de reducir el uso de fertilizantes.
También se está aplicando un “mulch”, que es una cubierta protectora acolchada que se extiende sobre el suelo del cultivo. Para la segunda cosecha, se probó hacer cambios al no aplicar fertilización foliar, dejando que la genética de la planta se desarrollara de manera normal. Por medio del sistema de riego los abonos que se eligieron son orgánicos y de fertilizantes inorgánicos. A la vez, se están aplicando microorganismos para ejercer un control de las plagas y enfermedades. Todo esto se resume en un programa de nutrición vegetal para las plantas.
Se sabe que, con estos cambios, además los productos también resultarán más atractivos para la exportación. “El producto está lleno de salud para el consumidor y lleno de salud para el que lo produce”, comenta Chavarría.
Precisamente, otro propósito de este proyecto es la disminución en la aplicación de los pesticidas y el no uso de herbicida. Uno de los principales logros ya percibidos es la racionalización de los plaguicidas en un 55%.
Seamos más específicos: el recurso hídrico que se estaba aplicando en unos 40 metros cúbicos por cada riego que se hacía, se disminuyó entre 12 y 14 metros cuadrads, mientras que, para lo que antes se usaban 36 litros de plaguicidas, ahora se bajaron a seis.
Ampliación del proyecto
La ayuda no queda exclusivamente en la fase del cultivo, el proyecto del MAG y del TEC prosigue también para promover que los hortícolas apliquen tanto buenas prácticas de agricultura como de manufactura, brindando una mejor distribución del producto y una mayor industrialización.
Según Chavarría, uno de los propósitos de la iniciativa es expandir la zona de aplicación de esta tecnología, tanto a otras zonas del país como para la aplicación en cultivos de otros productos, tanto hortícolas como no hortícolas.
“Debe haber un compromiso por parte del productor de incorporar tecnología sencilla, a su alcance. También debe haber un fuerte compromiso de mantener en el tiempo esa continuidad de trabajo”, asegura.