Palabras del patriarca ortodoxo de Moscú, Cirilo: "Tenemos que rezar hoy por el pueblo ruso que vive en Ucrania, para que el Señor instaure la paz sobre la tierra ucraniana que deshaga los designios de quienes quieren destruir a la Santa Rusia”.
Palabras del patriarca de la Iglesia ortodoxa de Ucrania: “Rusia, que nos había garantizado la integridad territorial, ha cometido una agresión (...) “Dios no puede estar del lado del mal; por eso, el enemigo del pueblo ucraniano está destinado a fracasar”.
Posiblemente ya se imaginan de qué les voy a hablar esta vez.
Ambos mensajes fueron pronunciados en abril del 2014 cuando empezaba en Ucrania el conflicto que opone al Gobierno de Kiev con la minoría rusa separatista en el este del país, que entre 1922 y 1991 fue parte, junto con Rusia, de la Unión Soviética.
Pues, sí, en los dos países históricamente ha existido una relación muy estrecha entre la religión y el poder político, y si bien durante la era soviética el régimen comunista persiguió a la Iglesia ortodoxa (recuerden la sentencia de Marx: “La religión es el opio del pueblo”) y el Estado se declaró oficialmente ateo, la fe subsistió y retomó fuerza con la caída de la Unión Soviética en 1991.
Antes de seguir, conviene advertir de que ese vínculo religión-política por supuesto no exclusivo de esas tierras ni de estos tiempos. Es tan antiguo como la humanidad y ha estado presente en todas las civilizaciones, desde las primigenias hasta las de este siglo XXI.
A Dios rogando...
Con el cristianismo ortodoxo rehabilitado al romperse la URSS, era cuestión de tiempo para que los nuevos gobernantes en Moscú y Kiev volvieran la vista a los altares para legitimarse internamente, como defensores de la fe.
Por ejemplo, el ascenso y consolidación de Vladimir Putin en Rusia han ido de la mano con el patriarca Cirilo. Así, a la muerte del predecesor de este, Alexis II –uno de los artífices del desplome de la URSS–, Putin se apresuró a calificar el deceso como un “acontecimiento trágico” para Rusia.
Que Putin y Cirilo se entienden muy bien, no hay duda. De hecho, la Iglesia actúa cual brazo religioso del poder político, acuerpando decisiones como la protección de los rusófonos en Ucrania y la anexión de Crimea, en marzo del 2014, que el mismo presidente ruso reconoció haber planeado.
Como parte del trato, Putin cuida con interés estratégico su relación con la Iglesia. De esta manera cobra lógica la represión del homosexualismo (en enero del 2014 la Iglesia propuso la prohibición legal de las relaciones íntimas entre gente del mismo sexo), la proscripción de los testigos de Jehová (“una amenaza para los derechos de la gente, el orden público y la seguridad pública”). Dos casos: en junio del 2013, el Parlamento aprobó una ley que pena con multas altas la propaganda del homosexualismo delante de menores de edad y otra que castiga con hasta tres años de cárcel las “ofensas a los sentimientos religiosos”.
Ese matrimonio entre poderes se expresa también de otras maneras.
La conmemoración del centenario del fusilamiento del último zar, Nicolás II, y su familia revistió caracteres de actividad religiosa solemne en Ekaterimburgo, y el patriarca Cirilo encabezó una procesión. En el 2000, la Iglesia ortodoxa canonizó a Nicolás II.
Veinte años antes, el primer presidente de la Rusia postsoviética, Boris Yeltsin, encabezó los funerales del último soberano de la familia Romanov como parte de una “expiación de los pecados” bolcheviques y de “honor a la verdad” ocultada durante 80 años.
En Ucrania se reproduce esa simbiosis entre la cruz y la espada.
El presidente Petro Poroshenko, ni lerdo ni perezoso, ha trabajado en forjar vínculos fuertes con el poder espiritual, en este caso como parte de su estrategia para enfrentar al vecino ruso, con el cual las relaciones principiaron a deteriorarse en febrero del 2014 cuando el Parlamento echó al presidente prorruso Víktor Yanukóvich.
A esta medida siguió la aparición del movimiento separatista de grupos rusófonos en el este ucraniano, otra etapa en la escalada de tensiones entre los dos países. Luego, en marzo del mismo año, Moscú alentó la “independencia” y la anexión de la península de Crimea (antiguo territorio ruso que el líder soviético Nkita Jruschov había regalado a Ucrania en 1954... a fin de cuentas, la URSS sería eterna, según la premisa oficial).
Conforme se ha mantenido la tirantez, el factor religioso ha ido entrando en juego. Aquellas palabras reseñadas al inicio no dejan lugar a equívocos.
Échenle un ojo a la foto que encabeza este blog. ¿Verdad que es muy simbólica y dice mucho?
En el concilio que fundó la Iglesia Unida del Patriarcado de Kiev y toda Ucrania, el 15 de diciembre, Poroshenko estuvo allí, entre los clérigos, y no dudó en resaltar la trascendencia política de ese paso. “Este día sagrado entrará en la historia como el de la creación de una Iglesia autocéfala (independiente) unida en Ucrania. Día de nuestra independencia definitiva de Rusia”.... más claro que el canto de un gallo a mediodía.
La búsqueda de esa “independencia” comenzó tan pronto como Ucrania se insertó en la comunidad internacional como un país nuevo, surgido de los escombros del Imperio soviético, y en la búsqueda de esa meta el Gobierno y la diplomacia de Kiev no ahorraron esfuerzos.
La aprobación de la independencia para la nueva Iglesia, por parte del Patriarcado de Constantinopla –primus inter pares en la Iglesia ortodoxa–, contó con una activa participación del Estado ucraniano. De nuevo, lean a Poroshenko: ese visto bueno, dijo, marca el final de la “ilusión imperial y de las fantasías chauvinistas” de Moscú.
No cuesta imaginar la reacción adversa de la Iglesia rusa frente a lo que calificó como una “catástrofe” y un “cisma”.
Vemos entonces cómo se entrecruzan los intereses entre Dios y el César. Un detallito: la creación de la nueva Iglesia ocurre pocas semanas después del último enfrentamiento entre Ucrania y Rusia cuando esta capturó tres naves militares de su vecino con 20 marinos en un incidente en el disputado estrecho de Kerch, que permite la comunicación entre los mares Negro y de Azov (este es vital para la economía ucraniana).
Periplo de la fe
Bueno, pero ¿de dónde vino esa fe que une y desune a rusos y ucranianos?
Tendré que echar para atrás el casete.
El cristianismo llegó a los territorios de lo que hoy son esos países a partir del siglo IX cuando misioneros llevaron el evangelio. Descuellan los griegos Cirilio y Metodio, quienes además fueron los creadores del alfabético círílico, muy usado en Rusia, Ucrania, Serbia, Bulgaria y, en general, en los países eslavos.
La conversión de Rusia al cristianismo se data en el año 988 cuando todavía el cristianismo no había sufrido la gran división que separó a la Iglesia en dos bandos: la Apostólica Romana y la Ortodoxa oriental, con asiento en Constantinopla (hoy Estambul).
El Gran Cisma tuvo lugar en 1054, y, de nuevo, las disputas de poder entre Roma y Constantinopla tuvieron mucho peso.
Luego de la llegada de Constantino el Grande al trono del Imperio romano y el sucesivo reconocimiento del cristianismo, en el siglo IV, la Iglesia original se había organizado en cinco patriarcados: Roma (que tenía primacía), Alejandría, Antioquía, Constantinopla y Jerusalén.
Hoy siguen existiendo los últimos cuatro. Hasta el 15 de diciembre, la de Iglesia de Ucrania estaba sujeta a la égida de Moscú.
Aunque Jesucristo pidió dar al César lo que era de este y a Dios lo de Dios, no siempre quienes proclaman sus palabras han acatado sus palabras.
Es todo por esta semana.