La aprobación de la reforma fiscal, en diciembre pasado, contribuyó a recuperar –con relativa celeridad– parte de la maltrecha confianza de los inversionistas en el Ministerio de Hacienda. Durante el primer trimestre del 2019, la Tesorería logró captar ¢1,3 billones con emisiones en colones y dólares, una suma que era impensable seis meses atrás, cuando la entidad salió de algunas subastas con las manos casi vacías.
Los consumidores, por otra parte, estamos más reacios a “creer” y demandamos más señales para expandir el gasto y echar a andar nuevos proyectos de inversión, estímulos necesarios para que la economía camine con más ánimo.
Este coyuntura hace que el crédito siga decaído, pero cuando los vientos soplen en otra dirección, será una de las herramientas para traducir la mayor confianza en crecimiento, aunque viejas patologías limiten la velocidad y profundidad del ajuste.
Según reconoce el Banco Central, en un informe de coyuntura publicado en marzo, el crecimiento de los préstamos en las entidades financieras cayó el año pasado, y todavía hoy la debilidad persiste. En febrero, el saldo de la cartera creció 3% anual, menos que un año atrás y por debajo de las previsiones que tienen la entidad emisora para el 2019.
¿Cómo revertir la situación? Una de las razones coyunturales de esta modorra crediticia son las mayores tasas de interés. El Central señala que la tasa de interés activa promedio en moneda nacional del sistema financiero (bancos comerciales, cooperativas, mutuales), pasó de 15,07%, en febrero del 2018, a 16,12%, un año después, y la de dólares ascendió de 9,81% a 10,86%, en ese mismo periodo.
Para que las tasas tengan margen de retroceder es necesario que Hacienda deje de presionarlas y esto, en el largo plazo, ocurrirá cuando se asienten las virtudes de la reforma fiscal y se comiencen a equilibrar las finanzas públicas, aunque en el corto plazo también ayudaría una apropiada gestión de la deuda pública, donde el proyecto de ley para colocar eurobonos es un ingrediente importante.
No obstante, aún con condiciones económicas y financieras propicias para la reducción en las tasas de los créditos (baja inflación, tasas internacionales decrecientes, mayor equilibrio entre ingresos y gastos públicos), persisten los famosos altos márgenes de intermediación financiera, consecuencia de la baja eficiencia operativa en la banca (en especial la pública), que ponen freno y límites a las posibles reducciones.
De nuevo, un problema viejo, que pudo resolverse hace años, limitará el ajuste a la baja en los intereses, un ajuste tan necesario como urgente para incentivar el financiamiento de la vivienda, el consumo, el agro y la industria, y maximizar los efectos positivos de la recuperación de todos estos sectores sobre la producción y el empleo.