El ranking que ofrece el informe del programa internacional para la Evaluación de Estudiantes o informe PISA (por sus siglas en inglés), no está hecho para ver si Costa Rica está más arriba o más abajo de un país u otro, sino que es una herramienta suficiente para apuntar que, a la fecha, la inversión en educación costarricense no refleja los efectos deseados y que urge una visión 20/20 dispuesta a enfrentar con valentía la corrección de nuestros males.
Polonia y Estonia, dos países que hace dos décadas obtenían malos resultados en estas pruebas, hoy se colocan entre en los primeros diez lugares de la lista. Su denominador común: reformas orientadas a mejorar la selección y formación de los docentes y por otro lado, una gestión del sistema educativo compartida entre autoridades locales y centrales, que implica una mayor independencia para gestionar el currículo y más involucramiento comunal para captar más recursos.
En primer lugar, hay que empezar por dignificar la carrera docente; que sea un orgullo prepararse para la noble tarea de educar y que sean los mejores los que estudien Educación. Que se cierren aquellas universidades de dudosa procedencia que, venden grados académicos, con currículos que llevan más de una década sin actualizar y cuyos profesionales llegarán a incurrir en más errores.
La dignificación de la carrera docente implica un acceso a formación continua enfocada, en prácticas innovadoras, en mejorar los niveles de lectura, en la capacidad de generar dinámicas de grupo para resolución de problemas, el trabajo en equipo y el desarrollo de razonamiento lógico-matemático mediante el juego: todas ellas, áreas fundamentales para asegurar más y mejores oportunidades para el futuro laboral de los jóvenes.
Tal y como ocurrió en las dos últimas décadas en Polonia y Estonia, que el currículo nacional establezca un marco con objetivos generales y plazos para alcanzarlos, pero que sean los profesores lo que decidan cómo llegar a ellos, en función de las necesidades y herramientas que detectan en sus grupos y en sus comunidades.
A su vez, que tanto docentes como estudiantes se sometan a procesos de evaluación pero no para esperar un número de 0 a 100 en la calificación, sino para detectar las fortalezas y corregir aquellas debilidades. El riesgo de una mala educación es altísimo. La mala calidad educativa amenaza la democracia misma, al permitir que surtan efecto los discursos de odio, discriminación, xenofobia y las ideas de personajes que, sin preparación alguna, tienen la brillante idea de postularse como candidatos para gobernar una nación.
Gestión compartida
En segundo lugar, otra reforma que ha dado buenos resultados a Polonia y a Estonia en los últimos 20 años, ha sido la gestión del sistema educativo compartida entre autoridades locales y centrales. La mayoría de los centros educativos dejaron de depender del gobierno central y se transfirieron a los municipios y distritos. Esto aumentó la influencia de las comunidades locales en la educación, según afirma una investigación de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).
Esa autonomía hace que, en Estonia, el Estado supervise los estándares educativos, la evaluación de calidad y una parte de la financiación, mientras que las autoridades locales se encargan de supervisar lo que ocurre en las aulas de sus comunidades y, en función de los resultados académicos, tienen la capacidad de aumentar la financiación de los buenos centros educativos hasta en un 30%. El resultado es una gran competitividad entre las escuelas para ser las mejores.
Con ello, no pretendo afirmar que esto sea la fórmula mágica para corregir nuestros males. Son caminos que dieron buenos resultados, en esos países y en poco tiempo y que, como toda reforma, también podrían llegan peligrar con la elección de nuevos gobernantes que no compartan este mismo enfoque.
Hace falta ser disruptivos y dar un cambio de timón orientados a una visión 20/20 desde la educación.
De lo contrario, seguiremos atestiguando los malos resultados educativos, dormidos en un estado de mediocridad y conformismo.
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