La ciudad pierde su magia entre el bullicio de los carros, el humo y el desorden de bloques de cemento que, combinados con las vallas publicitarias, parecieran opacar toda clase de belleza, de ganas de caminar la ciudad y de sentirnos parte de ella. Para contrarrestar esa mirada apacible y derrotista frente a la realidad, el psicopedagogo italiano Francesco Tonucci propone escuchar más a los niños y hacerlos parte de la toma de decisiones en el desarrollo urbano.
Tonucci plantea considerar la ciudad como un laboratorio, con función educativa, donde se reconozca la niñez, sus necesidades, sus derechos, la importancia de escucharles, comprenderles y hacerlos parte de la toma de decisiones, a partir de actividades creativas, lúdicas y donde se repiensen los espacios que rodean a sus hogares, sus escuelas y caminos.
Su propuesta, descrita en el libro “La ciudad de los niños: Un modo nuevo de pensar la ciudad” señala que en las urbes hace falta la curiosidad, la atención, la sensibilidad y esa mirada sencilla de los niños. “Esto debe ir acompañado de una educación que los desmarque de los estereotipos y de la obviedad que les ofrecen ciertos adultos y la televisión, que les dicen cómo pensar, y les ocultan sus deseos y su creatividad”, señala .
Este modelo de desarrollo urbano que propone Tonucci no se trata de que niños imiten el rol de los adultos, ni de simular un “Consejo municipal en miniatura”, sino de encontrar un espacio de opinión inédito para los niños, que no los haga ver como “menores o inferiores”, sino como sujetos activos y que a la vez, se confronte el punto de vista de los adultos.
Para dar ese giro hacia una ciudad pensada para los niños, hay que tener “la oreja verde”, que en palabras de Gianni Rodari, “es aquella que no es lo suficientemente madura para ignorar los pequeños detalles que ven y cuentan los niños”. Pero para eso, se requiere preparación, asertividad y el compromiso de hacer que los proyectos que los niños planteen, lleguen a convertirse en una realidad que ellos mismos puedan ver, siendo niños aún.
De esta forma, si los niños llegan a participar en la formación de una ciudad más transitable y ven reflejadas sus ideas en proyectos concretos, llegarán a comprender que la ciudad les pertenece y que es el espacio que hay que cuidar y defender, como la casa misma.
Tonucci afirma que para que esto sea realidad en las municipalidades, es necesario no solo la preparación para escuchar activamente a niñas y niños, sino también la celeridad para hacer que los proyectos sucedan de manera sostenida. Hacer una ciudad de los niños es combatir contra la burocracia de los plazos, que a menudo “es fruto de la inercia y de la mala organización”.
“Si no se está dispuesto a trabajar con celeridad, que no se tome la opción de los niños, porque al ver que no hay compromiso, rápido perderán el interés. Lo mismo pasa con los adultos, dejan de sentir que la ciudad les pertenece cuando no ven cambios”, manifiesta Tonucci.
Para los que se pregunten si este tipo de ciudad es una utopía, el mismo Tonucci lo reconoce, pero sostiene que es una “utopía concreta y sostenible. Si conseguimos hablar de los niños con los alcaldes, con los policías municipales, con los economistas, ingenieros, médicos, maestros y padres de familia ya hay una ganancia y se pueden ir gestando cambios graduales”.
Hoy, todos los que formamos parte de ese ecosistema llamado ciudad, corremos el riesgo de que entre el ajetreo, el bullicio y el humo, termine por perderse nuestra esperanza y la voluntad de cambio.
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