Educar por competencias no se traduce en capacitar a niñas, niños y jóvenes para que se adapten a un molde de producción en serie, en una era digital, atados a una pantalla. Educar por competencias es una forma de ver a la escuela como esa institución “capaz de aportar la base para que las personas puedan tomar decisiones bien fundamentadas y convertirse en ciudadanos activos, participativos, informados y críticos en diversos contextos de la vida”. Así lo explica el más reciente informe Miradas 2020 - Competencias para el siglo XXI en Iberoamérica.
¿Qué hacer para que esto no suene a una simple jerga académica y política? En primer lugar, hay que acordar sobre lo que significa ‘educar por competencias’, y a la vez, escuchar lo que las maestras tienen que decir. “Querer introducir cambios curriculares, al margen de lo que los profesores y profesoras sienten, es introducirlos por la puerta falsa y condenarles al fracaso”, dicta el informe.
Carlos Magro afirma que “las competencias siempre están vinculadas al conocimiento y al contexto; sin contexto la competencia está vacía”. En otras palabras, “una persona competente sería aquella que demuestre capacidad para resolver problemas y decidir eficientemente, pero siempre movilizando una diversidad de conocimientos, incluidos los de naturaleza cognitiva y los de orden técnico, experiencial, social y crítico”.
Hay competencias comunicativas (saber expresarse, articular ideas, argumentar), y competencias emocionales (capacidad de actuar con empatía y ser asertivos al trabajar en equipo) que son básicas para este siglo XXI. Hoy es preciso, que niñas y niños salgan de las aulas de primaria no solo con fluidez al leer, sino capaces de comprender lo que leen, de argumentar, refutar y crear sus propias ideas y soluciones a los problemas que hallan en los textos.
Las competencias no tienen fórmula mágica, pero la escuela sí puede convertirse en ese espacio idóneo que siente las bases para formar en libertad, mediante la estimulación del pensamiento crítico, la creatividad y la imaginación. Es decir, ya es hora de abandonar la inútil receta de repetir contenidos, para pasar a motivar mediante el uso de la razón. Como decía el maestro Freire, “la educación es esencialmente diálogo” y es en el diálogo que se hallan las preguntas necesarias para abandonar el statu quo y emprender nuevas rutas.
Decía Claxton, a mediados de los años 90, que “la primera función de la educación en un mundo incierto debería ser dotar a la juventud de las competencias y la confianza necesarias para afrontar bien la incertidumbre, o, en otras palabras, dotar a nuestros alumnos de la capacidad de aprender a lo largo de la vida”.
El informe Key Competences for Lifelong Learning European Reference Framework, anota ocho competencias básicas para este siglo; siendo éstas: comunicación efectiva en la lengua materna, dominio de nuevos idiomas, competencias matemáticas, ciencias y tecnología, alfabetización digital, aprender a aprender, competencias sociales, iniciativa y espíritu emprendedor; y, conciencia y expresión cultural.
Con una brecha digital que azota a las comunidades más vulnerables del país, es preciso repensar los currículos y replantear el tipo de aprendizajes que debemos promover y priorizar en las aulas, tomando el contexto que enfrenta cada estudiante. De lo contrario, el futuro nos cobrará la incompetencia de una generación que solo sabe oprimir teclas, sin razonar sobre el significado de esos botones.
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