Los días y sus dones (Aforismos, notas y apuntes, 1980-2001). Guayaba Ediciones, San José, Costa Rica, 2018. 170 páginas. Pedidos: 8810-4573.
Desde siempre, la expresión breve, en ocasiones lapidaria, ha coexistido con el discurso más enjundioso y extenso. Y esto es así en distintas tradiciones culturales, incluida la occidental. Aquí, la literatura aforística ha sido abundante, fructífera y señera. El aforismo ha sido medio de expresión filosófica (Pascal, Schopenhauer, Nietzsche, Cioran…) o de crítica de costumbres y de sondeo en la psique humana, tal y como acontece en los así denominados moralistas franceses (La Rochefoucauld, La Bruyére, Chamfort) o en el alemán Lichtenberg.
El humor es el ácido corrosivo que los moralistas usan para desmontar los pesados artificios sociales que los humanos hemos inventado para morar en ellos como si fuesen camisas de fuerza. En el género aforístico también existen los esbozos de ideas y sentimientos, o de simples impresiones. “Decir mucho con poco”, se ha dicho del aforismo. Mejor aún si se dice con elegancia y con refinados toques de humor.
La literatura costarricense y, en general, la centroamericana, no ha sido pródiga en este género. Las Candelillas, de Max Jiménez Huete, sigue siendo un clásico aislado. Por eso, cualquier aporte que enriquezca el género en nuestro medio es bienvenido y se agradece. Los días y sus dones es la primera incursión aforística de Rodrigo Soto.
Los días y sus dones recoge los apuntes, meditaciones y observaciones que el autor realizó en un periodo comprendido entre 1980 y el 2001. Refleja el aprendizaje de un escritor interesado en otras expresiones artísticas, como el teatro o el cine, en la política, en la sociedad, la filosofía… Y en los secretos de su propio arte.
En el texto se dan la mano la confesión amorosa o existencial; la reflexión filosófica, estética, política o teológica; el autoanálisis y el retrato de ambientes y de personajes. Los días y sus dones debe verse como una ventana que nos permite atisbar las inquietudes del autor, sus gustos y sus variados intereses.
El autor exalta la voluntad de crear y descubrir, inherente al artista o al científico: “El mismo poder generador que mantiene vivo al mundo, se manifiesta en la voluntad creadora del artista”, dice. La Naturaleza es creadora; nuestros dioses son creadores, mantenedores y revitalizadores de mundos, de cielos y de infiernos. El artista crea como la naturaleza y como los dioses y hace del misterio una presencia tangible y seductora.
Escribir sobre literatura
Con su larga trayectoria de cuentista, poeta y novelista, la escritura era uno de los aspectos que esperaba hallar en Los días y sus dones. Y Soto no defrauda: “No solo hay que desconfiar, es preciso impugnar la división estricta de los géneros literarios. Pero no es que lo narrativo, lo poético y lo ensayístico no se distinguen, es que la vida los contiene o los incluye a todos, y a eso mismo debe aspirar la obra”. Porque la realidad es poliforme, multifacética, compleja, variada, y la novela no puede ser menos.
Las reflexiones sobre la escritura son muchas. “Es necesario escribir con todo el cuerpo”, nos dice Rodrigo. La escritura es pasional, visceral, imaginativa, tortuosa, impulsiva, azarosa, imprevisible, tal como lo es el ser humano. La vida no es un teorema intelectual o una hipótesis lógicamente formulada que deba verificarse. Nada como el goce de escribir, nada como el estado exultante que nos proporciona el poner en escena la imaginación y hacer malabares con las palabras. Escribir es un trance, la entrada en contacto con otras dimensiones de la existencia, una paulatina revelación del esplendor del Ser. Dice Rodrigo: “Con la escritura conjuro el vacío, el gran agujero de la nada, y en las palabras que emergen reconozco un destello, una imagen fugaz de lo que, sin saberlo, soy...”.
La escritura exige disciplina, soledad, silencio. En sus palabras: “Aviso a los desprevenidos: la soledad, la meditación, el silencio, son absolutamente indispensables para la creación artística. Sin diálogo interior, sin atención a los propios procesos, resulta imposible la palabra, la imagen o el acto revelador y significativo”.
El paso del tiempo, sus efectos en el cuerpo y en el alma, es otro tema al que el autor le dedica varias meditaciones. “...Y mirando atónitos las ruinas, los despojos, nos preguntamos: ¿qué sucedió? ¿Cómo permitimos que pasara esto?” ¿Son las ruinas de uno mismo, de nuestras ilusiones, de nuestra sociedad? La ambigüedad aumenta el espectro de significación del aforismo y le deja al lector un campo de análisis más vasto y sugerente. La nota de humor quizás nos ayude a sobrellevar el mal trago: “El tiempo es un gran humorista: todo lo convierte en caricatura”. Y a modo de remate, el colofón resignado y melancólico: “Cada vez somos más un recuerdo de nosotros mismos”.
Reflexiones sobre el cuerpo
Al cuerpo dedica el autor valiosas reflexiones, ese cuerpo al que el fanatismo religioso de viejo y nuevo cuño detesta, envilece, condena, aunque no siempre de forma abierta, sino taimada. “El cuerpo es inocente”, escribe Rodrigo. “Cuando el cuerpo baila, el espíritu vuela”, añade en otro sitio. Y también: “Buena parte de la maravilla de la vida deriva del gozo de nuestra corporalidad”. Rodrigo Soto sigue cierta tradición de la modernidad, de Spinoza a Nietzsche, pasando por Whitman, que procura reivindicar el cuerpo y romper con el dualismo alma-cuerpo, escisión funesta para la psique occidental.
Rodrigo Soto concibe la vida, asimismo, como un desafío. Casi al final de libro nos dice: “Recordar que la vida es un desafío, una apuesta insensatamente hermosa contra la voracidad de lo inerte”. Vivir vale la pena. “Qué gozo callado me produce esta certidumbre de estar vivo”, exclama. Y en otra parte, casi como un poema en prosa, da rienda suelta a su sentimiento panteísta de la naturaleza y de su gozo de vivir: “A pesar de las miserias infinitas y de nuestra ejemplar estupidez, a menudo siento que galopamos en el viento, que la vida es un regalo y que el tiempo que devoramos y nos devora a la vez, es una campanada que resuena en nuestra cabezota para despertarnos, para sacarnos de la nada donde hemos dormido toda la eternidad y traernos a estos patios a compartir fugazmente el trino de los pájaros, el murmullo de los ríos y la presencia irrebatible de las montañas”. Amén.
Y aquí regresamos al título de la obra: Los días y sus dones. Porque sí, los días traen dones, frutos, gozos y esplendores, y ellos nos seducen y nos atan al mundo. Nos empujan al conocimiento y hacen de nuestra estadía terrenal una aventura con sentido. La búsqueda de sentido es una de las constantes del libro de Rodrigo Soto. Aunque somos pequeños, el sentir en nuestra sangre la energía y la fuerza del cosmos nos otorga una brisa de eternidad: “Ser conscientes de nuestra irrisoria pequeñez sabiéndonos partícipes de la gran Danza universal: esa es nuestra grandeza. Solo por eso, si existen, los dioses y los ángeles han de considerarnos con ternura y condescendencia”.
Rodrigo Soto nos invita a empaparnos del mundo, de sus olores, colores y sabores. Que nada nos sea ajeno ni lejano. En sus palabras: “Que nada escape a tu asombro, que nada quede libre de tu curiosidad, de tu insaciable vocación de mundo”. Que así sea.