Si se revisa a profundidad la historia del acontecer cultural en Costa Rica, hay un nombre que resalta por su recurrencia en distintas ramas. Poeta, pintor, académico, crítico y compositor, Ricardo Ulloa Barrenechea fue un hombre cuyos menesteres en favor de la cultura nacional son tan amplios como las expresiones creativas en las que se desarrollaba. Para él, las bellas artes fueron el norte de una vida prolífica guiada desde el rigor y la sensibilidad.
Luego de años alejado de los reflectores, falleció el 2 de febrero a sus 90 años, pero contrario a lo que podría indicar el silencio en torno a su muerte, el profundo eco de su legado se mantiene vivo debido a su influencia.
Hombre de vanguardia
Desde que nació en San José el 25 de abril de 1928, Ulloa Barrenechea apropió la tradición musical de su familia española. Estudios de piano bajo la tutela de Guillermo Aguilar Machado y, posteriormente, clases de órgano y armonía con el destacado director y músico Carlos Enrique Vargas encendieron los incipientes fuegos creativos de quien se convertiría en un verdadero maestro de la composición.
Con su enlistamiento en el Real Conservatorio de Música de Madrid, el efervescente auge creativo e intelectual de la capital española durante los inicios del franquismo lo consumieron y evidenciaron el furor de su pasión por el arte; uno que no podía contenerse a un solo campo. Sus colaboraciones como dibujante en el Círculo de Bellas Artes de la nación ibérica terminaron por forjar una comprensión integral de las humanidades que permearía todo su quehacer posterior.
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Para el profesor y poeta Carlos Francisco Monge, la amistad que Ulloa Barrenechea desarrolló con el poeta sevillano Vicente Aleixandre durante este periodo de su vida destaca particularmente en la poesía que publicó a finales de la década de los 50. Expuesto al mundo del verso libre y lo surreal, la riqueza de su lírica y lo vívido de su simbología tomaron una nueva dimensión que enalteció sus potentes retratos de intimidad.
En lo que sería una tendencia a lo largo de su carrera, y una característica común con sus contemporáneos de la generación de la posguerra como Ana Antillón, Mario Picado y Jorge Charpentier, la densidad y subversión estética de su obra significó una escasa recepción.
A pesar de ello, Ulloa mantuvo el vigor que le impregnó la cultura hispánica en su vuelta a Costa Rica, trayendo consigo nuevos referentes que expandieron los márgenes del ámbito musical y plástico en el país, los cuales irradiaba en cada una de sus facetas.
La pasión que desarrolló por la pintura encontró correspondencia en el influyente Grupo Taller, junto a artistas del renombre de Rafael Fernandez, Floria Pinto y Claudio Carazo. Por su amplio bagaje y conocimiento, la historiadora del arte e hija del director del grupo Manuel de la Cruz González, Mercedes González, lo caracterizó como el teórico de este conjunto. Sus aportes intelectuales y perspicacia lo consolidaron como un pionero de la historia del arte en el país. Su libro Pintores de Costa Rica (1982), primero en sistematizar la cronología del arte plástico en el país, de inmediato se convirtió en un texto de consulta obligada y en un pilar para esta área de estudio.
Su relevancia académica es intocable, y los distintos matices con los que describía la estética también calaron en su propia obra pictórica. El desbordante sentimiento inherente a su poesía se traducía en los marcados trazos y frondosas texturas de sus paisajes expresionistas, una envolvente alusión a su lúcida visión de mundo.
A pesar de haber rehuido de la composición por sus auto-impuestos altos estándares de profesionalismo, la añoranza que le generó dar clases de piano en el Conservatorio de Castella durante la década de los año 60 culminó en un retorno a los andares del ritmo y la melodía.
Gestor de la cultura
Al referirse a la disciplina del músico, la cantante lírica Amelia Barquero, quien recibió clases de piano y canto con el polifacético artista y también estrenó un ciclo de sus composiciones, destaca el balance que este encontraba entre su perfeccionismo y la calidez de sus tonalidades. Para Barquero, la eufórica recepción que tuvo su interpretación del repertorio de Ulloa Barrenechea en Cuba y España confirma su creencia de que este estaba “a la altura de cualquiera” en el ámbito internacional, criterio compartido por el país al honrarlo con el Premio Aquileo J. Echeverría en música en 1981.
La constante reinvención de su multidisciplinaria obra se complementó con sus agudas críticas de música y pintura en La Nación y La República para convertir al egresado del Colegio Seminario en un importante propositor de la conversación cultural en el país. A pesar de la firmeza en sus ideas y la franqueza categórica de sus palabras, sus comentarios eran sustentados por su formación y un ideal de ver crecer a la escena artística.
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Siempre atento a los movimientos modernos y en un diálogo constante con lo clásico, este humanista siempre pensó en el bien de la cultura. Enrique Granados, exministro de Cultura, resalta que una de las épocas de mayor esplendor de la difunta Dirección General de Artes y Letras fue bajo la tutela de Ulloa Barrenechea, precedente importante que a la postre permitió la existencia del Ministerio de Cultura y Juventud actual.
De un temple discreto y cierta introversión, la vida de este artista total fue un testamento sobre el compromiso con la cultura y de la creatividad como un medio hacia la plenitud. La personificación de una visión de mundo que perece con su partida, pero cuyo legado invita a la inspiración.