Quizá es pedirle demasiado a una obra de arte un sentido de dirección en el mundo para su espectador, alguna suerte de brújula infalible que lo lleve a uno de puerta a puerta, allá afuera, con la facilidad que lo hace en la galería. De cualquier modo, una pieza puede entregársela en la mano sin que usted la pida.
Este año, la exposición del Premio Turner británico, una de las plataformas más visibles y controversiales del arte contemporáneo, desplegó la imagen en movimiento para hablar de “los temas más urgentes del momento”, según el director de Tate Britain, Alex Farquharson. Lejos del escándalo de otros años, este año subrayó el activismo político, como si le tomase el pulso al mundo de allá afuera, no al de la galería.
Por primera vez desde su fundación en 1984, el jurado no incluyó obras en pintura ni escultura; todos los trabajos utilizan el video o el filme para hablar de identidades queer, migración, colonialismo, racismo; todas invitan a un ejercicio radical en una época alérgica a la empatía: escuchar, ver cara a cara, compartir.
Para eso hay que empezar por el propio cuerpo. Eso hace BRIDGIT (2016), obra de la ganadora Charlotte Prodger, que, hablando desde la incertidumbre, desarma y libera con su sinceridad emocional. Grabado en parte con su iPhone, se queda cerca de su cuerpo, lo cual también quiere decir que se desborda con su pensamiento y sus pasiones.
Desde su hogar escocés y el mar siempre cambiante, hundido en la historia en busca de la diosa neolítica Bridgit, el video de Prodger teje una historia personal desde la anodina sala de hospital donde se recupera. Su cuerpo anestesiado se sacude hasta volver al mundo; la narración en off habla de su época trabajando en una residencia de ancianos y de su reconocerse como lesbiana.
“Una de las grandes dificultades para quien intente desentrañar los problemas del mundo antiguo es la cuestión de los nombres”, escuchamos, en referencia a los múltiples nombres de Bridgit. Sin embargo, el nombrar sigue siendo tarea incompleta, como vemos en el autorretrato de Prodger, que cambia de un fragmento de su vida a otro, del pasado revuelto al cuerpo queer y resiliente de hoy.
Intimidad y política
La creación de Prodger es la más íntima. Los otros trabajos exhibidos son más abiertamente políticos: los monumentos en 35mm al sufrimiento de las personas negras, de Luke Willis Thompson; la minuciosa reconstrucción de una escena de crimen en el desierto del Néguev, de Forensic Architecture, y los largometrajes de Naeem Mohaiemen que exploran la historia y los futuros fallidos del sur global. Pintan juntos el retrato de un mundo obstinadamente decidido a no escuchar a quienes sufren, pero, como sugieren momentos particulares en cada pieza, hay grietas en la armadura, posibilidades para que la luz entre.
Esto no es inmediatamente aparente al ver las “contrainvestigaciones” de Forensic Architecture, que buscan debilitar el monopolio de la verdad ejercido por el Estado, según sus objetivos. En nuestra era sedienta de ganar la confianza en los hechos otra vez, sus proyectos toman como ejemplo la confrontación de autoridades israelíes con una asentamiento beduino.
La investigación The Long Duration of a Split Second: Killing in Umm al-Hiran 18 January 2017 realiza una arqueología de los registros en video de una confrontación en la que murieron un oficial y un local, y Traces of Bedouin Inhabitation 1945-present busca probar la continuidad del asentamiento beduino desde antes del establecimiento del Estado israelí, que ahora les niega la propiedad de sus terrenos.
Al desplegar la minuciosidad técnica en pantallas, una línea de tiempo, mapas y maquetas, Forensic Architecture combate la desconfianza en la imagen digital, al mostrar una metodología abierta (disponible en su sitio web), precisa y que se despliega en los videos e imágenes en la galería. Surge la pregunta de quién está escuchando realmente y de por qué tales temas requieren de la galería para contar con una plataforma para reclamar una voz.
Una voz, ciertamente, negada a lo largo de la historia a visiones de futuros distintos. Eso es lo que muestra Two Killings and a Funeral, cuya pantalla tripartita muestra las desventuras del movimiento de los países no alineados y las utopías socialistas de los años 70. La escena más inquietante es la del historiador marxista Vijay Prashad revisando las antiguas gavetas del archivo en las Naciones Unidos, donde ya no quedan papeles que documentan los conflictos (y esperanzas) de la época.
“Escultura” silenciosa
La presencia y la ausencia de evidencia también pesa sobre la obra de Luke Willis Thompson, que provocó una protesta en la apertura de la exhibición. Su pieza más estremecedora es un retrato en 35mm de Diamond Reynolds, la mujer que transmitió en Facebook cómo su pareja, Philando Castile, moría a tiros de la policía en Estados Unidos. Al artista neozelandés (de herencia fijiana y europea) se le acusó de apropiarse del black pain, el dolor específico de la experiencia racial estadounidense.
Esa no es la única pregunta que evoca, sino cómo y por qué su imagen se presenta de esta manera, como una escultura en movimiento que no habla, explícitamente privada de su voz en un filme que parpadea al ritmo del proyector inmenso instalado en la sala, que muestra la cinta serpenteando en una torre. Los otros filmes, de descendientes de víctimas de violencia racista, también callan. Pero, ¿por qué deberían estar silenciosos? ¿Qué nos dirían si pudieran?
Sin embargo, su humanidad se impone, y sus retratos fílmicos parecen monumentos a su resiliencia. Ante la pobreza de la imagen digital, la materialidad del filme ofrece un refugio, congela su dignidad y nos la muestra, orgullosa. Paradójicamente, al recordarnos la fragilidad del filme, nos recuerdo su materialidad, su presencia en el mundo, como la presencia de la violencia. En conjunto con las obras de los otros artistas, las piezas resuenan como un reclamo por la posibilidad de encontrarse con el otro, ya no “veladamente, sino cara a cara”, en palabras de San Pablo.
Si recurro a la espiritualidad de esa referencia es porque en cierto modo no se puede no pensar en las aspiraciones olvidadas de otras eras, de las naciones poscoloniales a la espiritualidad radical de los colectivos de separatismo lésbico que evoca Prodger en BRIDGIT. Fueron mujeres que se imaginaron un futuro propio, solo de ellas, nombrado por ellas.
Es por esa aspiración que millones se han esforzado en el pasado; es a ello a lo que nos referimos por historia. ¿Alcanza esa esperanza para imaginar un futuro, otra puerta que se pueda abrir?
Acerca del premio
El Premio Turner, nombrado así por el pintor J.M.W. Turner, reconoce anualmente el trabajo de un artista establecido en Reino Unido (entre 1991 y 2016 debía ser menor de 50 años). Más allá de su reconocimiento monetario, ha consolidado la fama de artistas tan prominentes y polémicos como Damien Hirst, Tracey Emin, Rachel Whiteread y Chris Ofili.
La exposición del Premio Turner en la Tate Britain muestra actualmente trabajos de Charlotte Prodger, Naeem Mohaiemen, Luke Willis Thompson y Forensic Architecture. Cierra el 6 de enero.
En www.tate.org.uk puede ver videos y entrevistas con los artistas y conocer más de la historia del premio.
*Una versión distinta de este artículo se publicó primero en el blog Film and TV Matters de Birkbeck, Universidad de Londres.