A Floria Jiménez le dicen Mirrusquita por extensión. Tan conocido se hizo su poemario infantil Mirrusquita, ganador del Premio Carmen Lyra en 1976 y el responsable de meterla de lleno en el mundo de los autores para niños, que la gente la conoce con el nombre de ese conjunto de versos dedicados a las tradiciones, los recuerdos, los juegos, la naturaleza y los animales. Y desde aquel: “Mirrusca, mirrusca, linda mirrusquita, ¿conoces la historia de Luz, la pulguita?”, esta Mirrusquita, la real, la de carne y hueso, no ha parado de escribir, de publicar y de formar docentes. Tiene 72 años, más de 25 libros y una infinidad de exalumnos que la recuerdan y de seguidores que la leyeron en sus primeros años de vida.
La autora de Me lo contó un pajarito (1979), Las canciones del viento (1990) y Érase este monstruo (2004) vive en Guadalupe (Goicoechea) en una casa repleta de lo que ella llama “arte reciclable”, una enorme cantidad de cosas, de chunches, que encuentra les da “una identidad nueva”. “No es viejera, siempre lo he hecho”, aclara antes de dejar que la curiosidad recorra rincones con pedazos de espejos, botellas de colores, muñequitos de otra épocas y un sinfín de objetos.
En medio de aquella ordenada acumulación, Floria Jiménez continúa escribiendo historias, exigiéndose estar a la altura de los tiempos y confesando su viaje hasta la literatura, sus obsesiones y vivencias más fuertes.
–¿A qué se debe su interés por la literatura infantil?
–¿Por qué me dediqué en la literatura? El asombro inició aquí (muestra un álbum repleto de poemas y dibujos de su infancia), cuando yo estaba chiquita. Escrito de mi puño y letra de los 9 años en adelante. Fui una niña muy sola que no tuve hermanitos en los primeros ocho años de vida; era una época en que no había internet ni televisión ni ningún medio digital que me distrajera. Lo que yo hacía era dibujar y escribir; desde que me levantaba era con los cuadernos y las cajas de lápices de color. Mis papás me motivaron mucho, así que me compraban aquellas enormes cajas de lápices Prismacolor, que hoy día son carísimas. Entonces, seguí escribiendo.
”Cuando entré al Colegio Saint Clare; fue una época muy linda, fue una época de oro; nos tocó con las monjitas norteamericanas que eran muy estrictas, pero tenían ya muchos avances pedagógicos; era una educación basada en la ciencia y el arte. A mí me dieron mi lugar en el campo del arte; la monjita del arte me daba mucha atención en ese campo, así que yo estaba feliz (...).
”Luego entré a la Universidad de Costa Rica y tuve la gran suerte de ser vecina de don Carlos Luis Sáenz, que vivía cerca. Papá era farmacéutico y tenía farmacia en el puro Paso de la Vaca: 150 metros al norte del Mercado Borbón. En aquellos tiempos se llamaba Botica Imperial… En el grupo de amigos que papá tenía, había muchos artistas como Juan Manuel Sánchez o don Carlos Luis Sáenz. Por la botica pasan músicos, escritores, historiadores… Un día, seguro papá le comentó que a mí me gustaba escribir y le dijo a don Carlos Luis que le gustaría que me conociera. Me empecé a relacionar con don Carlos Luis y doña Adela. Me invitaban a la casa e, inclusive, don Carlos Luis, a quien considero mi mentor, fue quien me revisó los primeros manuscritos de Mirrusquita. Era estricto, muy estricto; lo tengo allí de puño y letra. Él me decía: “Escribir no es como soplar y hacer botellas”. Y además eso va con mi personalidad: soy muy perfeccionista con lo que hago; me ha costado ceder un poco. Siempre me he exigido bastante.
”Posterior a ese asombro de conocer a don Carlos Luis escribo Mirrusquita, que gana la segunda edición del Premio Carmen Lyra. Claro, eso me dio un entusiasmo impresionante. A estas alturas yo me digo: ¿cómo hacía para escribir en máquina de escribir? Era algo tan incómodo. Los primeros manuscritos de Mirrusquita fueron a mano. Luego, me fui comprando diferentes máquinas hasta llegar a la eléctrica. Hacían una bulla terrible. El entusiasmo del Carmen Lyra me hizo seguir escribiendo. Escribí Me lo contó un pajarito, que en 1978 ganó premio nacional de poesía y esa fue una de las excepciones en que se le da el Aquileo J. Echeverría a un libro de literatura infantil. Me fui definiendo; luego vinieron Las canciones del viento y El color de los sueños. Aunque he escrito prosa, novela y cuento, me siento a mis anchas en la poesía para niños. También escribí para adultos, pero me siento más a gusto en lo infantil; yo digo que son vocaciones.
”Además, en el fondo, soy un músico incompleto porque tengo demasiado oído musical; puedo coger un acordeón o un piano y te saco una melodía, así al tarantantán, sin haber estudiado música. Ese sentido del ritmo que tengo (también me encanta bailar) lo aplico a la musicalidad de mi poesía, por eso es que es tan sonoro rítmica.
”Siento que se nace con esto. Ser escritora para niños es una vocación; no se premedita no se va a clases a una universidad para aprender esto”.
–¿De qué forma escribe para niños? ¿Qué piensa usted de los niños a la hora de escribir?
–No hay que subestimar al niño; el niño es un ser inteligente. Si no que lo diga mi nieto (Miguel), que tiene 6 años. Ha sido mi mejor taller en estos seis años. Muy a menudo, en mis páginas (redes sociales) saco historias basadas en circunstancias que él inventa porque él es fanático de la cultura de Egipto, de la química, la biología y la educación ambiental. Entonces, a mí me sorprende su inteligencia.
”Los escritores para niños tenemos un compromiso muy grande con la niñez, más con la de hoy en día. No los subestimemos. Si algún escritor tiene que ser estricto con su estilo es el escritor para niños para no desestimar su inteligencia y desarrollo de lenguaje. Me pongo a ver a mi nieto, el nivel de vocabulario que usa; sale con unas palabras que digo: ‘Dios mío, cuando yo era niña a los 10 años, jamás tenía ese nivel de vocabulario; no solo yo; ni mis amigos ni yo’.
”La literatura para niños es literatura, no es un género menor. Y todavía la sociedad nos subestima, por ejemplo en los premios. Los montos que se dan para los premios de literatura infantil siempre son un poquito menos que el que se da para literatura para adultos. Algo sorprendente este año es que los Juegos Florales de Quetzaltenango (Guatemala) se los dedican a Costa Rica y Carlos Rubio y yo tuvimos el honor de ser elegidos para un homenaje. Esto es un gran avance porque se consideró que los escritores de literatura infantil son escritores. Esto ha sido un crecimiento que se ha dado en los últimos 10 años”.
–¿Cómo surge Mirrusquita?
–Surge con el propósito de concursar en el primer Carmen Lyra. Iba como por la mitad cuando don Carlos Luis me lo revisó y, después, él se enfermó y no me siguió revisando; ya estaba mayor. Terminé el libro, concursé y ya; luego, fue imparable (mi carrera).
–Sin embargo, usted no participa con ese texto en el primer concurso, que lo gana Lara Ríos con Algodón de azúcar.
–No, no lo había terminado para el primero. Había concursado en el primero con un manuscrito que don Carlos Luis me dijo que le pusiera Relatos de Floria. Don Carlos Luis le escribió al Consejo Directivo de la Editorial Costa Rica recomendando que lo publicaran; yo había quedado en segundo lugar del Carmen Lyra y dijeron que no. A estas alturas de mi vida, pienso que me hicieron un bien.
–¿Por qué fue un bien?
–Porque no tenía todavía el nivel literario para ser publicado y además me había inspirado muchísimo en Mulita mayor; era una recreación de los juegos infantiles y todas esa cosas. No era original.
”Luego de ese libro, yo seguí, seguí y seguí. Yo lo asumí como un oficio. Mi labor docente formando maestros es paralela a mi oficio de escritora para niños”.
–¿De qué manera fue escribiendo Mirrusquita? ¿Duró mucho?
–Yo venía de la universidad, hacía algunas cosas y me acostaba tardísimo escribiendo. Hacía una bulla espantosa con la máquina de escribir. Tenía que escribir de noche.
”Me acuerdo que Tortuguita Paz es el libro en que más he durado, por la falta de tiempo. Lo reescribí varias veces. Duré siete años; nunca se me olvida. Los demás sí los he escrito rápido.
”Todos los días escribo y publico algo en Facebook; por ejemplo, ahora estoy publicando costarriqueñismos que se me vienen a la mente. A veces publico fotos de mi familia; yo soy nieta del doctor Ricardo Jiménez Núñez. Tengo un álbum de fotos lindísimas de principios del siglo XX. A veces saco cosas de mis libros. En fin, trato de estar siempre vigente”.
–Ahora, al releer Mirrusquita, ¿con cuál Floria Jiménez se encuentra?
–Vieras que a pesar de todo, si me pongo como juez, me gusta. Siempre pienso: ‘Bendita la hora en que se lo di a don Carlos Luis para que lo leyera’. Libros posteriores, como Las canciones del viento y El color de los sueños, los he retomado, a manera de ejercicio, y les he hecho una transformación de estilo porque encuentro cosas que son discordantes o que merecen ser renovadas. El pasar de los años lo va volviendo a uno cada vez más conocedor de la materia y más estricto.
–Esto quiere decir que Mirrusquita no lo cambiaría…
–No, Mirrusquita es Mirrusquita.
–¿Cómo es la autora de Mirrusquita? ¿Cuáles son las obsesiones, qué le gusta, qué no le gusta?
–Soy una persona de libre pensamiento; nada me escandaliza. Apasionada por lo que hago. Amo a mi familia intensamente. En la actualidad vivo sola. Soy independiente. Me llevo de maravilla con mi hijo y mi nuera. Amo a mis nietos y mis nietos (una muchacha de 27 años y el de 6 años) me aman. Soy una persona muy feliz, muy realizada, con muy buena salud, con muchos deseos de seguir apoyando a los docentes del país. Mi profesión de base, que es filología y lingüística, me ha permitido apoyar al Ministerio de Educación Pública con diferentes temáticas de acuerdo con los cambios del programa oficial. Voy montando talleres específicos con la Editorial Costa Rica por todas partes. Por otra parte está lo de la literatura infantil: la aplicación de la literatura infantil en el currículo, los niños lectores, la lectura expresiva…
”Siempre estoy llena de proyectos. Ahora, con lo de Guatemala, estoy feliz. Soy muy moderna en mi manera de ser. No juego de chiquilla, pero, por el haber trabajado tantos años con jóvenes, para mí no hay ningún problema para comunicarme con ellos, con chiquitos, con viejitos… Aunque yo doy la impresión de ser muy seria porque no soy de charangas.
”Creo en el amor de pareja, aunque no lo tengo. Soy una persona llena de fe y esperanza. No me falta nada. Soy millonaria en todos esos tributos. Tengo lo necesario para sobrevivir”.
–¿Cuáles vivencias la han impactado más, tanto positiva como negativamente?
–Primero, lo positivo, el nacimiento de mi hijo. Ese es un asombro difícil de olvidar. Y la más dolorosa fue la pérdida de mi segunda hija, a los seis meses de embarazo. Fue terrible; es algo que no le deseo a ninguna madre. Otro gran asombro es ser abuela: qué cosa más bella, cómo gozo yo, en especial con Miguel. Él ha sido mi taller de literatura infantil. Y me lo han dicho: ‘Tu estilo ha cambiado desde que nació Miguel’.
–¿De qué forma ha cambiado? ¿Qué le ha enseñado Miguel?
–Ahora es más fluido, quizá. Un estilo más inteligente. Los niños de hoy día son más racionales. ¿Qué haría Jean Piaget en este momento? Se rompieron los patrones de Piaget. Piaget hablaba de que un niño a los 7 años empieza a desarrollar su pensamiento completo, que no había que darle metáforas; por Dios, Miguel desde que tenía como 5 años tiene el pensamiento abstracto que me deja impresionada, las comparaciones que hace, las metáforas que inventa. Entonces, yo digo: Piaget te quedaste atrás con Miguel. Y Miguel es un parámetro para muchos niños inteligentes que hay hoy día. Imaginate el reto para una escritora con niños así. Es un enorme aprendizaje como abuela y como escritora.
–¿Cómo pudo usted salir de ese momento tan duro como la muerte de su hija?
–Hablar de cosas personales no es de todas las personas, más si no han pasado por terapia psicológica. Yo llevé muchísimos años psicoterapia con un talento de psicóloga, Marcela Loría Cartín. Marcela me devolvió a la vida. Yo te puedo hablar de cualquier tema, de cualquier circunstancia de mi vida abiertamente y tomarlo con la filosofía que tiene de acuerdo con el tiempo que ha pasado. Fue sumamente doloroso. El duelo tiene etapas y uno va canalizando y sublimando a través del tiempo. Sin embargo, parece que fuera ayer, cuando salí del hospital con las manos vacías.
–Sin embargo, no ha trabajado el tema del duelo o la muerte en su poesía…
–A mi hija le dediqué una poesía en Las canciones del viento; era muy poética y todo porque es un libro para niños. Ese tema de la muerte yo no he podido escribirlo en literatura infantil y sé que hay magníficos escritores en ese campo. El duelo es difícil escribirlo.
–¿De qué otros temas no ha querido escribir intencionalmente?
–Mi mejor amigo, que es médico, me ha dicho que por qué no escribo sobre mi vida en literatura porque mi vida es una telenovela. Sin embargo, no me he animado. Siento que la vida de la mayoría de las personas está matizada por múltiples colores; la vida no es blanco y negro, sería sumamente aburrida.
”Estamos en este mundo para aprender. El peor error que puede cometer uno es creer que todo lo sabemos. Todos aprendemos de todo y cada día es un asombro”.
–Tiene 72 años y está llena de proyectos. ¿Qué gran sueño le queda por conquistar?
–Sueños extravagantes ninguno. Quiero seguir con salud hasta que Dios lo permita, que mi familia esté bien es mi mayor tesoro y seguir escribiendo. Si llega algún reconocimiento más, será un regalo más que me mande Dios, pero no es primordial para que yo esté feliz. Como todo ser humano, tengo altos y bajos, pero siento que he crecido mucho como persona y he vencido temores.
Lo más reciente
Floria Jiménez ha publicado este año dos libros, que se encuentran a la venta en las librerías nacionales: La bruja en bicicleta, publicado por la editorial La Jirafa y Yo e ilustrado por Adián González, y Versos de colorines, de la Editorial Costa Rica y con ilustraciones de July Herrera.
En La bruja en bicicleta, la escritora le ofrece a los niños versos para “reírse de miedo y del miedo”, ya que “las brujas existen, pero solo en libros ingeniosos como este”, asegura el editor Gerardo Bolaños.
En Versos de colorines, “la palabra se vuelve canción y deleitan el oído por su calidad sonoro rítmica, por su juego de rimas y conceptos que algunas veces caen dentro de la poesía del absurdo y el disparate con fines lúdicos”, detalla la editorial.