Muy cerca de mi casa en Santo Domingo había una “pulpe” que conocíamos como Cho. Hace unos días y tras 31 años de servicio, el dueño cerró obligado por la competencia de un pez “mediano” que se ha tragado al “pez pequeño”. Carlos Luis Fallas decía, allá por 1935, que eso es el capitalismo: una competencia desenfrenada que da ventajas al poderoso y permite la ruina de los pequeños productores y comerciantes. Ochenta años después sus palabras siguen siendo una verdad como un templo. Es la ley de la selva.
Mamita Yunai habla de la conformación de la sociedad de la que somos parte. Se trata de una novela que denuncia abusos del poder político, explotación en el ámbito laboral, maltrato –por obra y por omisión– a las clases más desprotegidas, y la visión vallecentrista de segregación étnica y por procedencia.
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Gracias a la reciente adaptación para teatro, constato que Mamita Yunai sigue vigente. Habla, sí, de la presencia y poder de una compañía estadounidense en nuestro país (United Fruit Company) y no podemos negar que desde hace muchísimo tiempo el dinero es el rey. No en vano el autor habla en el ensayo El peligro de la dictadura: Las elecciones y la organización sindical (1935) que las arcas de los capitalistas se ensanchan amén del perjuicio del trabajador y que lo que “conviene a los capitalistas perjudica a los explotados, pues la baja de salarios significa más hambre, ignorancia y desnudez en sus hogares”.
Pero aún más, la de Carlos Luis Fallas es una novela que cuestiona cómo las autoridades –en un país democrático que presume de igualdad de derechos y oportunidades– se hacen de la vista gorda ante los atropellos y las injusticias, y nos recuerda que somos responsables de la construcción y el mantenimiento de un sistema perverso en el que “producto”, “ganancia”, “beneficio”, tienen más peso que una vida, un corazón, una ilusión, un abrazo.
Probablemente por eso la adaptación está centrada en la parte más humana de la historia. Al tomar el macro relato de la bananera y diseccionarlo para ver el micro relato, hemos querido darle valor a la historia individual, poner la lupa encima del margen, del oprimido, del afectado.
Los indicadores sobre el estado de una nación –por ejemplo– son datos, la historia es valiosa…, pero es aséptica. Lo importante no es decir cómo está el índice de pobreza extrema, sino pensar que eso quiere decir que aún hay miles de costarricensenses que no tienen dinero para comer. Celebrar un triunfo estadístico no puede estar reñido con pensar en un niño, muy concreto, que llora porque despierta con hambre y se va a dormir con el estómago vacío.
Así, no se puede negar que la vida como peones de la Yunai y como linieros era dura, pero lo que toca el corazón es saber que decenas de hombres se despertaban con las piernas ensangrentradas de rascarse por el picor de las purrujas, trabajaban con el peligro del veneno de la bocaracá, comían poco y mal, enfermaban y no tenían dinero para medicamentos, padecían accidentes y el patrón les negaba el transporte para ir al hospital porque las carretas eran para llevar bananos y no personas… y veían morir a sus seres queridos y tenían que dejarlos allí, en medio del suampo, por falta de dinero para sacarlos y darles un entierro decente.
Es esto lo que me motivó y conmovió más de este trabajo: imaginar a un Sibajita que apenas empezaba a ser adulto, asiéndose a la amistad de otro peón como Herminio, acompañándose en la más pétrea soledad, dándose un abrazo y llamándose “hermanos”. Aquellos hombres unidos por la miseria y la ilusión de un mejor futuro convivían, sufrían, penaban, enfermeban, bebían, reían y hasta morían juntos, en medio de la selva. “Llegamos todos con ilusiones y alegría buscando trabajo, buscando libertad” dice Calufa. “Llegábamos los nicas, los ticos, los blancos, los indios, los chinos, los negros. Todos a sudar el suampo, a sudar la montaña. Poco a poco nuestros cuerpos de acero se iban convirtiendo en coyundas, destrozados bajo el peso del gringo avaricioso. Y al final caíamos con los huesos clavados en el bananal. Huesos de nicas. Huesos de ticos. Huesos de negros. ¡Huesos de hermanos!”.
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La idea de adaptar una novela como esta –una de las más emblemáticas de nuestra literatura– plantea un reto adicional, que es ayudar a rescatar una parte de nuestra historia. La construcción/reconstrucción del relato sobre nuestra identidad pasa por la revisión de nuestros clásicos, que revelan quiénes somos y de dónde venimos. Tal vez si volvemos la mirada a nuestras propias creaciones podamos repensar la identidad nacional y los valores que nos definen como país… o que deberían definirnos.
Me declaro entonces idealista porque estoy convencida de que en nuestro corazón se mueve aún la idiosincrasia de aquellos peones: la solidaridad, la unión, la sensación de que todos somos uno, de que podemos convivir juntos y construir desde la fraternidad. No aspiro a que derroquemos al capitalismo, pero sí al menos a entenderlo y a hacernos responsables de sus consecuencias, a no obviar el dolor de otros seres humanos.
La obra es un canto a eso, precisamente, a la esperanza de que –aún en el horror y en condiciones infrahumanas– podemos mantenernos humanos y de que tal vez podamos, alguna vez, volver a la definición de democracia que establece que es una “forma de sociedad que practica la igualdad de derechos individuales, con independencia de etnias, sexos y credos religiosos”. Ojalá.
Finalmente, si en el momento de su publicación la novela fue novedosa por dar voz a los que antes eran silenciados y obviados, a mí me resulta novedoso e interesante la visión que se desprende de ella acerca de la masculinidad y la vulnerabilidad. Los protagonistas de Mamita Yunai pasan el día haciendo tareas extenuantes y físicamente agotadoras, bromean sobre tópicos machistas, quieren sentirse “más hombres” que el compañero; sin embargo, al final del día se dan un abrazo sincero, se saben querer y se aceptan en el llanto tanto como en la risa. La vulnerabilidad es lo que nos hace humanos, lo más precioso que tenemos, y no está reñida con la masculinidad; en Mamita Yunai los hombres sí lloran. ¡Bravo, Calufa!
La adaptación teatral que está actualmente en cartelera en el Teatro Espressivo empieza definiendo etimológicamente “recordar”, que quiere decir “volver a pasar por el corazón”. Y eso es lo que hemos hecho con Mamita Yunai: desnudarla para quedarnos con la voz de Calufa, con sus dolores y risas, su tristeza y su sentido del humor, lo combativo y lo reflexivo. Desde la escogencia de la novela hasta su producción, cada uno de los que tenemos el honor de formar parte del proyecto hemos querido recordar a Carlos Luis Fallas. Te pasamos por el corazón, Calufa, y esperamos estar a la altura de tu recuerdo.
En cartelera
El montaje de Mamita Yunai se presenta en el Teatro Espressivo, ubicado en el centro comercial Momentum Pinares, desde el 10 de agosto hasta el 30 de setiembre, los viernes y sábados a las 8 p. m. y los domingos a las 6 p. m. Las entradas cuestan ¢12.000 (general) y ¢17.000 (vip) y se pueden adquirir en el sitio web boleteria.espressivo.cr, la taquilla física del teatro o por medio del teléfono 2267-1818.