Del 16 al 30 de setiembre de 1987 tuvo lugar en Costa Rica un Festival Internacional de Teatro, cuya organización recayó en la dirección del Teatro Popular Melico Salazar, en ese entonces a cargo de Pedro Leal Rey, conocido artísticamente como Leal Rey. La sede fue ese mismo teatro.
La sobriedad en participaciones contrastó con la calidad y categoría de los espectáculos: El grupo Rajatabla (Venezuela) nos mostró su insuperable Celestina, dirigida por el mítico Carlos Giménez; de Dario Fo tuvimos la oportunidad de ver dos piezas: Quien roba un pie es afortunado en el amor, presentada por el Teatro Belli (Italia), y La tigresa y otras historias, que ofreció el actor español Manel Barceló, un dechado de arte gestual, pocas veces visto en el país (la casualidad hizo que lo viera de nuevo en Buenos Aires, Argentina, unos meses después).
De Brasil nos llegó el grupo Pesquisa y una pieza de Roberto Athayde: Apareció la margarita, y de Argentina conocimos el magnífico trabajo de Norma Aleandro y su compañía, que nos mostró La señorita de Tacna, imposible de borrar de la memoria, como tampoco sucederá con el montaje de 1981 de la Compañía Nacional de Teatro, dirigido por Carlos Catania, con Gladys Catania en el papel de Mamaé, cuya actuación rozó el virtuosismo.
De esto hablaremos en otra ocasión. Finalmente, la fiesta teatral de 1987 la cerraron los españoles Alicia Hermida y Jaime Losada, directores de La Barraca, quienes ofrecieron, bajo el título de Teatro imposible…Teatro posible, una serie de textos de Federico García Lorca, además de dictar conferencias y realizar conversatorios. Mucho podría comentarse de este Festival; sin embargo, hoy toca hablar de Norma Aleandro.
Acerca de la actriz
Era la primera vez que Norma visitaba el país y me atrevería a afirmar que la proeza se la debemos a Leal Rey, amigo y colega de ella desde sus experiencias teatrales en Argentina, su patria común. Y digo proeza porque una profesional de ese calibre tenía siempre la agenda llena de compromisos, en varios países europeos y en los Estados Unidos.
Téngase en cuenta que, en 1985, el filme titulado La historia oficial, dirigido por Luis Puenzo (con guion del propio Puenzo y de Aída Bortnik), había resultado ganador del Óscar de ese año a la mejor película extranjera y Norma Aleandro, su protagonista, elevada al podio de la fama; porque, además, conquistó prestigiosos premios como el del Festival de Cannes y el David de Donatello de Italia, entre otros. Con esos antecedentes, la presentación de Aleandro y su compañía había creado un enorme interés.
Y, como no podía ser de otra manera, no defraudó; el público -que la aplaudió de pie- salió de la sala sencillamente deslumbrado con la prodigiosa actuación de la actriz y de sus compañeros de equipo.
‘ La señorita de Tacna’
Escrita en 1981 por Mario Vargas Llosa, un nombre ya consolidado en las letras latinoamericanas, La señorita de Tacna se tiene como la primera obra del autor, ya que la primera, La huida del Inca (1952), es una pieza de adolescencia, para una actividad escolar. A La señorita le siguieron otras más, entre las que destacamos La Chunga, El loco de los balcones y Odiseo y Penélope.
Cómo me gustaría asistir aquí a un buen montaje de, por ejemplo, La Chunga, que vi en junio de 2013, en el Teatro Español de Madrid, con la actuación inmejorable de Aitana Sánchez Gijón, en el papel protagónico, junto a la joven Irene Escolar, como Meche y Asier Etxeandía, como Josefino, por citar solo unos cuantos nombres de los que se quedan grabados con fuego en la memoria. Joan Ollé dirigió la obra, que en esa fecha sumaba dos meses en cartelera.
La señorita de Tacna, con casi ninguna acción ni conflicto, en el sentido propio del teatro es, sin embargo, un reto para cualquier director y para la actriz protagonista, pues Mamaé debe pasar sin solución de continuidad, de una anciana que vive en un mundo de recuerdos, espectros y fantasías, a una jovencita, novia de un militar chileno, que fue traicionada por este.
La obra, que trae al presente la época de la ocupación chilena en Tacna y los avatares de una familia que pasa de la opulencia a la pobreza, constituye el marco que sirve al escritor para crear su pieza, y al mismo tiempo hacerse presente (en el personaje Belisario) en su afán de reconstruir una historia familiar que conoció de primera mano.
El montaje
Dos conocedores del tema, Víctor Valembois (La Nación) y Orlando García Valverde (La República), comentaron sobre la puesta en escena. Para el primero, la ausencia de un verdadero argumento y los saltos en el tiempo eran los dos principales escollos que el montaje tenía que superar. No obstante, fueron salvados con creces y el resultado fue “armónico y sugerente”.
Agregó que “no hay adjetivo humano para calificar la destreza histriónica de Norma Aleandro”, pues era “de una versatilidad increíble al transformarse, en varias ocasiones y en un abrir y cerrar de ojos, de la decrépita Mamaé en la muchacha de antaño”. Del resto del elenco destacó su virtuosismo, “dando vida [y] teatralidad, a unas evocaciones e ilusiones que, de lo contrario, serían materia de pura novela”.
García Valverde, por su parte, anotó entre otros asuntos, que la interpretación de Norma demostraba “grados de proficiencia (sic) técnica que en nuestro medio no existen o no he visto” y que constituía una “deliciosa experiencia teatral” ver a Aleandro en escena; además de lo agradable que resultaba, producto del alto nivel de profesionalismo, que los personajes pudieran hablar a voces sin chillar o resultar estridentes, o que susurraran sin dejar de ser escuchados perfectamente.
Tanto Valembois como García Valverde también comentaron la novedosa escenografía, la iluminación y otros elementos, los cuales contribuían acertadamente a crear las atmósferas adecuadas a las distintas escenas.
A modo de colofón
La entonces Viceministra de Cultura, Mimi Prado, había dicho que este festival “nos ayudará en la necesidad de recuperar el contacto con los mejores grupos teatrales de otros países”.
¿Por qué no intentarlo de nuevo, a pesar del Covid-19?
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